Parece que ahora necesitamos capas protectoras. El gel para las manos que acechan y osan tocarnos, aerosoles sanitizantes para esta maldad aterradora. El cubrebocas es para evitar las palabras se deslicen en gotas que dispersan el odio y amor tan humanos. Otro escudo es la distancia, el hueco necesario ¿para sobrevivir? Ahora pasamos a otra cubierta o película que nos envuelve: la de los megabytes. Ésta cubierta es antiséptica, nos protege incluso de los desbordes más peliagudos: nos protege del olor, del tacto y la sonoridad. Nos falta una barrera protectora, la del sueño, aquella que nos proteja de lo siniestro, de la masacre de tu rostro. Necesito una barrera tri o tetradimensional, desaparezco en la linealidad y cuadratura de las pantallas luminosas.

Marcia  

 

Una noche

 

  Un día conocí a un hombre, que inmóvil con vista al manto oscuro, no podía dormir. Pienso que estaba aterrado. Sin parpadear intentaba mirar al cielo como quien busca a sus hermanos en cada punto distante.

Nada lo ayudaba a dormir, y aprendió a vivir solo. Las noches eran eternas, no sé si contaba granos de arena o si contaba hijos perdidos. Yo sentía miedo por mí, despertar era peligroso, dormir era perderlo.

Yo dormía por él, una noche recé cien plegarias para tomarlo de la mano y llevarlo a la cama. Me volví vigilante de su sueño. Mientras, él se aferraba a fotografías veladas y esparcidas por su hipocampo.

Hoy escucho el ruido de la noche, sirenas que me envuelven y atormentan como mi propio corazón cayendo de la cama y rodando por el piso hasta las escaleras.

Me levanto a cerrar la ventana, misma ventana que contempla el verano caluroso que se detiene frente a mí. Adentro el hombre insomne, afuera Macondo con los insectos luminosos del porvenir.

Me levanto al refrigerador y el corazón me ve altivo, sigue latiendo.

Marcia