Alain Resnais se propuso elaborar una película sobre Hiroshima, ciudad que fue escenario de la explosión de la primera bomba nuclear, el 6 de agosto de 1945, durante la segunda guerra mundial. El director le ofreció a Marguerite Duras la labor de escribir el guión de dicha película. Cuenta la historia de una actriz francesa que pasa la noche con un japonés, en Hiroshima, y los diálogos que surgen producto de este encuentro. Todo ello ocurre en una ciudad herida. Como comenté en otro texto, sobre el documental “Metal y Melancolía”, una ciudad no se reduce únicamente a su distribución arquitectónica, sino también a cómo ésta es imaginada y hablada, es decir, como está atravesada por el registro de lo imaginario y de lo simbólico. La película nos presenta la relación de la pareja con la ciudad de Hiroshima, así como también con su respectiva ciudad de origen, de la cual, ambos, a su manera, son extranjeros. Como anticipó Freud (1917), el yo no es amo en su propia casa, debido a que está atravesado por lo inconsciente, de manera que el sujeto no es transparente para sí mismo, como si fuese un extranjero frente a su propia realidad psíquica.
Al contrario de lo que se esperaría de una película con ese nombre, una ciudad presa del horror, la devastación y la masacre, la trama marca un recorrido distinto, sobreponiendo el amor al horror. Acerca del amor, Lacan señala en el seminario XIX que es hablando como se hace el amor. Esto quiere decir que el amor se encuentra en el orden del decir y, por ende, del tropiezo y del error. Hablar siempre se presta al malentendido. En la película vemos cómo los personajes hablan y no dejan de hacerlo, como un intento por suplir el vacío que los divide. Hablar los mantiene juntos, incluso más que la fugacidad del sexo, que apenas se deja entrever. Lacan refiere que no existe la complementariedad entre los seres hablantes, con su famoso aforismo “no hay relación sexual”. Debido al encuentro con el lenguaje se ha perdido todo instinto, es decir, se perdió ese saber hacer con el otro en el campo de lo sexual. Son las palabras de amor las que permiten hacer lazo, suplir esa hiancia. Por otro lado, en el seminario X, Lacan cita la película “Hiroshima mon amour” para decir que no se trata de la pérdida de la pareja, sino de algo más allá de ésta, con la siguiente expresión: “(…) es una historia muy adecuada para mostrarnos que cualquier alemán irreemplazable puede encontrar inmediatamente un sustituto perfectamente válido en el primer japonés que aparezca a la vuelta de la esquina” (p.362). Ese algo más allá del partenaire, Lacan lo formula como objeto a, aquello que ofrece a la figura amada un brillo especial que lo distingue de otras posibilidades amorosas, y del cual se tiene absoluto desconocimiento. En este sentido, la relación entre el amado y el amante está mediatizado por el objeto a. El amado no sabe lo que ama en el otro, y el otro no tiene idea qué es aquello que posee que lo hace atractivo.
Se podría aducir que se trata de una película de amor, pero también de muerte. Son dos significantes que el título ofrece de entrada: Hiroshima (muerte), mon amour (amor). La película inicia con dos cuerpos entrelazados, desnudos, sujetándose, luego de haber hecho el amor. Acto seguido, se presenta un paralelismo entre estos cuerpos que yacen luego de haber mantenido relaciones sexuales y los cuerpos muertos, como consecuencia de la guerra. Ambas escenas revelan cuerpos caídos, algo se extinguió en cada uno de ellos: la excitación y la vida, respectivamente. Tanto en la culminación del sexo como de la vida se presenta un retorno a un estado anterior. Freud, en “Más allá del principio de placer” (1920), asoció la pulsión de muerte con el fenómeno clínico de la repetición, es decir, este retorno a un momento anterior que no necesariamente conllevó posibilidad de satisfacción. Es ahí donde afirma que “el principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte” (p.61).
Como algunos sabrán, Freud vivió los efectos de la primera guerra mundial, razón por la cual parte de su teoría también se nutrió de las nuevas evidencias. Dato curioso es que mantuvo correspondencia con Einstein en 1932, entre una guerra mundial y la otra. En este intercambio, Einstein le pregunta si “¿hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”. Esta carta fue antes de saber que participaría en la construcción de la bomba atómica que justamente destruiría Hiroshima y Nagazaki, en 1945. Un mes después, Freud le contesta desde Viena. Le comenta acerca de las tendencias agresivas pulsionales inherentes al ser humano. Le presenta su teorización sobre las pulsiones amorosas (de vida) y las agresivas (de muerte). Mientras las pulsiones de vida generan lazo, ya sea vía el amor o la identificación, las pulsiones de muerte rompen con toda posibilidad de ligadura. Sin embargo, recalca que ambas pulsiones no actúan de forma aislada, sino más bien aliada con cierto monto de la otra parte. Freud concluye la carta remarcando su posición ante la guerra, argumentando que “todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra” (p.198). El psicoanálisis, en este sentido, es una apuesta por el amor, del vínculo con un otro bajo transferencia, que brinda la posibilidad al sujeto de salir de la repetición mortificante, y de anudarlo con la vida y con su deseo.
Bibliografía:
Freud, S. (1917) Una dificultad del psicoanálisis. En Obras Completas. Tomo XVII. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S (1920) Más allá del principio de placer En Obras Completas. Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (1933) ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud). En Obras completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu
Lacan, J. (1962-1963) Seminario X: La Angustia. Buenos Aires: Paidós
Lacan, J. (1971-1972) Seminario XIX: …o peor. Buenos Aires: Paidós