La mancha debajo de la alfombra
La ruptura de sentidos y la aparición de escenas desperdigadas, cada vez más agitadas y violentas, acompañan el sentir corporal de nuestra protagonista. La turbulencia de su cuerpo se replica en las paredes: latidos y desgarramientos compartidos. La casa y ella como parte de una misma vivencia: la de ser invadida por extraños. Visitas inesperadas imposibles de desalojar, a pesar del desesperado anhelo de que eso suceda. Una puerta de adorno y paredes que no sirven de refugio. Una situación sobre la cual se pierde toda mediación, por incapacidad de ella y por desinterés de él, quien, en lugar de velar por la protección del espacio, promueve la ocupación de éste. De esta manera, la protagonista y la casa se encuentran sometidas a la irrupción de lo ajeno y el saqueo de lo propio, de manera continua y cada vez más excesiva. Como señala Freud (1917), a propósito de la vida anímica, “(…) uno no es amo en su propia casa” (p.135), escenario que la trama de esta película exalta.
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