“Lo éxtimo es lo que está más próximo, lo más interior, sin dejar de ser exterior”
Jacques Alain Miller

 

Heddy Honigmann, cineasta peruana-holandesa, ha retratado en su famoso documental “Metal y Melancolía” (1992), de manera realista y a la vez poética, los matices de una Lima noventera, a partir de la narrativa de los taxistas, captando su cotidianidad y sus padeceres. Todo ello registrado desde el asiento del copiloto -por lo menos en gran parte- creando un paisaje de intimidad, de risa y llanto, y al mismo tiempo de distancia, reconociéndose mutuamente como pertenecientes a mundos distintos. A modo de “road movie”, Heddy Honigmann realiza un recorrido por los recortes discursivos de los participantes y su impronta visual en las calles, que condensa los rezagos de una crisis social, política y económica severa, en un contexto donde proliferaba el desempleo, el trabajo infantil, los bajos salarios, siendo el oficio de taxista –para la mayoría de limeños que tenía un automóvil- un segundo trabajo. Este recorrido condensa, además, afectos como la nostalgia, la tristeza y la esperanza, que encontraron dos significantes sobre los cuales asentarse: metal y melancolía. Estos permiten describir el estado de un sujeto afectado por su pasado, que sobrevive a éste, igual de destartalado que su vehículo, añorando tiempos mejores. Este documental propone exponer al humano detrás del armazón metálico, al mismo tiempo que evidencia la estrecha relación entre el sujeto y su ciudad, entre el sujeto y su automóvil.

Se puede inferir que el título surge a partir de la descripción que hace uno de los taxistas al referir que su ciudad lo pone melancólico, citando al poeta español que exclamaba “Oh Perú de metal y melancolía”, recordando en ese momento el milagro –el dicho- pero no el santo (García Lorca). El mismo taxista atribuye a dicha frase que esto se debe a que “el dolor y la pobreza nos han vuelto duros, como la dureza de nuestros metales. Y melancolía porque también somos tiernos y añoramos tiempos mejores que se perdieron en el olvido”. Me pregunto, ¿qué implica ser duro como un metal? Me parece que remite a un sujeto que no solo se ha vuelto duro en su andar, monótono y disciplinado trabajador, sino también a un sujeto duro con el otro, desconfiado y poco empático ante la tragedia ajena. El metal, además, presenta un tinte grisáceo que claramente se puede evidenciar en toda la ciudad, en sus veredas, sus calles rotas y sucias, en el humo que desprenden los automóviles, en la fachada de sus edificios, y sobre todo en su eterno velo gris característico.

Cabe la pregunta, ¿de qué manera se relaciona el metal y la melancolía? Se podría interpretar, desde una lectura psicoanalítica, que el metal representa la riqueza amada perdida que sumergió a esta ciudad en un estado melancólico. La ausencia de esta riqueza –que el imperio incaico ostentaba en el imaginario- puso a flote la pobreza de la ciudad, pero también del sujeto mismo. Para Freud (1915-17) el empobrecimiento del mundo y el empobrecimiento de uno mismo, ante los ojos del sujeto, serían aspectos que permitirían identificar una estructura melancólica, siendo esencial sobre todo el segundo de ellos para diferenciarla de un duelo no patológico. La estructura melancólica impediría no solo la tramitación de un duelo, sino también la generación de un lazo con el otro. Sin embargo, en el documental pareciese que algo del lazo permanece, como un hilo jalado de los extremos que se resiste a romperse. El mismo sujeto señala que ellos –los taxistas- son como los navegantes del siglo XX, conocedores de la ciudad -como si fuera el mar-, encargados de llevar las historias de un lugar a otro, como un “río subterráneo”, que permite generar una suerte de red comunicativa para tomar decisiones colectivas (como la elección de un presidente). Se hacía patente, entonces, un lazo social cooperativo que anhelaba resurgir.

Por otro lado, ¿”Metal y Melancolía” hace referencia a la ciudad o al sujeto que la habita? Quizás se refiere a aquello que surge desde la convergencia entre ambos, debido a que se encuentran entrelazados. Una ciudad es la producción de un conjunto de sujetos, en la cual se edifican elementos de manera intencional-racional, pero también se producen elementos de manera inconsciente, que surgen de manera imprevista. Una ciudad, desde esta lógica, no se reduce únicamente a la distribución arquitectónica sino también a cómo esta ciudad es pensada y hablada. De igual manera, un sujeto no solo es pensado y hablado antes de arribar al mundo, sino también hay una ciudad (o cualquier espacio geográfico organizado) que lo acoge y que lo determina en alguna medida. Considero propicio abordar esta relación, sujeto-ciudad, desde el psicoanálisis justamente porque permite diluir las fronteras entre lo interno y lo externo. Siguiendo a Sigmund Freud, en El malestar en la cultura (1929-30), él plantea que como parte del desarrollo uno experimenta, antes de generar subjetivamente una separación entre el yo y el mundo, un sentimiento oceánico, es decir, un estado de plenitud, inmensidad y profunda conexión con el mundo, como parte de éste. Luego, Jacques Lacan (1949), al referirse al estadio del espejo, propuso que la constitución de un Yo era producto de la alienación a la imagen de un otro (que podría ser el propio reflejo), que permitiría generar los bordes del cuerpo y de la identidad, debido a que, antes de ello, el infante experimentaba un cuerpo fragmentado. Podemos pensar que algo similar ocurre con la ciudad. Desde lo imaginario, la ciudad estaría conformada por bordes similares a los construidos en nosotros, que delimitan que es parte de esta ciudad y que no, imaginando la ciudad como una unidad. Asimismo, desde lo simbólico, la ciudad es descrita por sus habitantes, marcada por ciertos significantes que determinarían las rutas por donde circularían las subjetividades y la arquitectura de la ciudad. ¿Qué sucede, entonces, con lo real, con lo inconsciente? ¿Qué relación existe entre lo inconsciente y la ciudad?

Freud toma en varias ocasiones la ciudad como analogía de lo que sucede a nivel de lo inconsciente, para referirse a como las marcas del pasado son como las ruinas reutilizadas para construir nuevas edificaciones. Con ello deduce, en El malestar en la cultura (1929-30), “(…) que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, que todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas” (p.70). Lacan (1966), a diferencia del arqueólogo Freud, plantea el inconsciente como la “ciudad de Baltimore en el amanecer”, es decir, propone una mirada a la superficie de una ciudad nueva, captando su instante, como un inconsciente que se expresa en el acto. Por ende, se evidencia el contraste entre las maneras de concebir lo inconsciente, desde Freud como una Ciudad Eterna y en Lacan como una Ciudad Viva. De esta manera se podría pensar la ciudad de Lima, o cualquier otra ciudad, desde estas dos miradas: desde los rastros que prevalecen o desde el acontecimiento mismo que se produce en el presente. Por otro lado, también se podría pensar la relación entre lo inconsciente y la ciudad desde el concepto de extimidad de Jacques Alain Miller (2010), retomado de Lacan, debido a que permite deconstruir el aparente antagonismo entre el adentro y el afuera. Señala que ésta “(…) se construye sobre intimidad. No es su contrario, porque lo éxtimo es precisamente lo íntimo, incluso lo más íntimo (…) Esta palabra indica, sin embargo, que lo más íntimo está en el exterior, que es como un cuerpo extraño” (p.13). En este sentido Hernández (2010) plantea que “(…) la propia idea de exterioridad del espacio es, para el sujeto, una construcción. Este límite adentro/afuera se traza –y no puede no trazarse– en un lugar que no está previamente fijado: es, así, una contingencia que deviene necesidad” (p.2). Me animo a decir que tanto lo inconsciente como la ciudad son experimentados como algo extranjero que nos habita, siendo el sujeto síntoma de su ciudad, pero también la ciudad síntoma de este sujeto.

Bibliografía:

Freud, S. (1992) Duelo y melancolía. Obras completas, Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu

Freud, S. (1992) Malestar en la cultura. Obras completas, Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu

Hernández, S. (2010) A partir de Babel: Aportes del psicoanálisis para pensar la ciudad. Question Revista Especializada en Periodismo y Comunicación, 1(25). Extraído de: http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/viewFile/898/799

Miller, J. (2010) Extimidad. Buenos Aires: Paidós

Lacan (1966) Of Structure as an inmixing of an Otherness Prerequisite to Any Subject Whatever. Simposio internacional del John Hopkins Humanities Center en Baltimore (USA)

Lacan, J. (2009) El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI.

Laurent, E. (2003) Ciudades psicoanalíticas. Virtualia, Revista Digital de la EOL, 2(8). Extraído de: http://www.revistavirtualia.com/articulos/662/destacados/ciudades-psicoanaliticas