¿QUÉ VES CUANDO ME VES?     

                                                                  “…Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

                                                                        Paredes de la alcoba hay un espejo,

                                                                         Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

                                                                         Que arma en el alba un sigiloso teatro.”

                                                                        ( Fragmento de “Los Espejos” en “Los    

                                                                         Hacedores” de J.L. Borges)

                                                               

El recorrido de esta columna “Escrituras del cuerpo” ha ido haciendo un camino sinuoso entre movimiento, cuerpo, espacio, gesto, deseo…Hemos visto que quien danza escribe un texto; crea otro modo de decir, como una manera de dar respuesta a la falta estructural, palpitante, que instaura el lenguaje.

El cuerpo que baila en una danza hace uso de una energía pulsional que ofrece en un despliegue metafórico y metonímico. Se despierta el cuerpo para que hable sin mediación de la palabra. Quien baila se anima a emprender un viaje de sobresaltos y riesgos donde se van a reeditar procesos básicos de la constitución subjetiva. Sin dudas que el danzante despliega en su hacer, procesos fundamentales como el narcisismo, identificación e idealización, omnipotencia, castración, identidad, etc.

El bailarín, en la construcción del movimiento se encuentra con su imagen: el espejo lo refleja.  Se mira…mira…y es mirado. El cuerpo propio y el del otro caen bajo la égida de la mirada. Se encuentra con una imagen que le muestra cómo se ve, se entrecruza con un Discurso del Amo que exige uniformidad; se entrecruza, en definitiva, con el Ideal…

¿Cómo sale de esta encrucijada? ¿cómo se las arregla para interpelar los mandatos del Otro, la exigencia del Ideal y superar así una práctica uniforme?

Mirarse, mirar y ser mirado… ¿quién y que avala la mirada? ¿Cuál es la imagen legitimada? ¿la que impone la época? Quizás el trabajo del bailarín sea deconstruir lo establecido para improvisar lo que su mundo pulsional le sugiere; dejando de estar a imagen y semejanza del Otro para ir develando una danza de los restos que el espejo no refleja; una danza límite entre el deseo y el goce, aquella que renuncie a la totalidad y al equilibrio. El cuerpo danza la falta que lo habita. Así el movimiento, perturba la certeza del todo uniformemente dado.

En la danza, se cuestionan las exigencias estéticas, se improvisa, se intenta ir más allá… es un atreverse a interpelar y a ubicarse en lo que no sale, en la falla, en la incompletud.

Ahora bien, esto lo podemos pensar en relación con quien danza, a quien se despliega en escena. ¿Qué sucede con el espectador, con aquel que decide presenciar un acto mítico de conjunción entre el cuerpo, el movimiento y el espacio?  ¿qué capta la mirada de quien mira un espectáculo de este tipo? ¿que seduce, a modo de señuelo, al espectador?

En otros recorridos he hecho mención al espectador de arte en las épocas actuales; imaginemos una obra de arte, cualquiera: una pintura, una escultura, ¿qué diría ante quien la mira? Quizás preguntaría: ¿qué ves cuando me ves? Sucintamente podremos decir que el espectador de hoy se emancipa de la función escópica como simple agente receptor. El espectador ve más allá de lo que está representado; corre un velo para mirar y mirarse.

Quien ve un cuerpo bailar, siente la impronta de ese bailarín que da a ver una historia llena de matices que escribe con su cuerpo. Lo pulsional dicta un texto…galopando entre goce y deseo. El movimiento del Otro pone en juego la propia experiencia de movimiento y así el espectador de danza, el compañero de escena, quien mira, recibe una resonancia en el propio cuerpo. Se transporta una experiencia quinestésica.

Dirá Jacques Ranciere:

“…en el cuerpo del bailarín se juega una aventura política. Un “dar de nuevo” del espacio y las tensiones que lo habitan van a interrogar a los espacios y las tensiones propias de los espectadores. Es la naturaleza de este transporte el que organiza la percepción del espectador…”

En la danza se com-parte un espacio sensible.

Pensemos por un instante: nadie queda inerme ante un cuerpo que baila…lo que veo produce lo que siento…un movimiento interno se sucede. Así, yo, espectadora me convierto en parte del peso del Otro; el movimiento es del bailarín y del espectador. Tomando las palabras de Hubert Godard: hay una empatía cinética, un contagio gravitatorio de la musicalidad corporal.

Ver una danza… implicarse en los pliegues del movimiento, en la sutileza del gesto, simplemente… encanta, sorprende y arrebata.

Los invito a improvisar…a fluir con la danza de David Zambrano…que lo disfruten.