“Los balcones son el ágora de los ciudadanos cautivos”

                                                                             Gustavo Dessal

 

El tiempo es otro. Parece que la vida también. Repentinamente, los circuitos habituales de nuestro diario acontecer, cambiaron.Sin mediar demasiada palabra, lo real se hizo presente y nos vimos ante un agente, el virus, que trastocó nuestros sistemas de referencias externas e internas. Nos tuvimos que enfrentar a esto “nuevo” que nos dejo sin palabras.

Tratare en este breve escrito, de repensar algunos aspectos de nuestra cotidianeidad y sus efectos en el movimiento, tanto corporal como psíquico.

Sabemos que el modo de vivir cotidiano cambió. Tuvimos que tramitar este efecto sorpresivo y repentino que instaló la pandemia. La naturaleza omnipotente nos puso en jaque, a prueba, teniendo que responder con las herramientas psíquicas disponibles en cada uno.

Muchos hablan que transitamos “La nueva normalidad “denominación que desde el vamos implica un prototipo binario normal-anormal, y una lógica temporal de un antes   y un después. Por lo tanto, no comulgo demasiado con dicha expresión. En realidad, pienso que surgen categorías que intentan definir y dejar cerrado algo de otro orden: no sabemos que va pasando, es un devenir insospechado en el cual no tenemos demasiadas palabras ni conocimientos como para dar por cerrado y concluir que estamos ante “una nueva normalidad”. Simplemente no sabemos.

Y sin dudas, eso angustia. Lo vivido en estas épocas de pandemia, nos enfrentó con lo más humano: la soledad, la pobreza, la angustia, la sexualidad y la muerte. Así como también, constatar una vez más, que no hay garantes. Mas que una “nueva normalidad”, podremos decir quizás, que se instala un nuevo modo de ser y estar en el mundo.

Haciendo un recorrido por los distintos textos de esta columna, y habiendo atravesado “los efectos pandemia” he sido interpelada con varios interrogantes en relación al cuerpo, el movimiento: el rolar, saltar, trepar, torcer, bailar…ese gesto inédito que dije alguna vez buscamos todos, en el intento de desafiar la gravedad cuando danzamos o  nos movemos.

¿Qué pasó con el movimiento? ¿Qué hicieron los danzantes con su danza? ¿Qué lugar ocupó el cuerpo, destinado a quedar aislado, confinado y privado en primera instancia, de su habitual desplazamiento?

La circunstancia “pandemia”, nos atravesó a todos, pero cada uno armó su respuesta de un modo particular. Podemos pensar que la respuesta al trauma es armada  desde cada posición subjetiva. No obstante, el primer impacto dejó mudos  los cuerpos, desorientados, confusos, sin poder encontrar una salida.

Sin embargo algo se empezó a mover. En estos tiempos las redes sociales fueron un gran vehiculizador de la comunicación. En ellas, pudimos ver, respecto al movimiento,  las más variadas alternativas: clases por Zoom, cadenas de bailarines en sus casas  generando justamente un intercambio de movimientos, danzas individuales, bailes grupales, y una larga lista que todos hemos podido seguir.

Los mas variados espacios: balcones, patios, comedores, terrazas, pasillos, sirvieron para alojar el movimiento. Una sola consigna: moverse. Tratando de romper  la inercia de estar aislados, en casa, sin el otro, confinados.

Confinamiento ¿Qué palabra, no? El diccionario dice sobre ella: “Pena que consiste en obligar a alguien a residir en un lugar diferente al suyo, y bajo vigilancia de la autoridad”.

¿Cómo lograr psíquicamente poder hacer frente a esta situación? ¿Cómo salir del enquilosamiento que podía llegar a generar esta “pena” a nivel emocional, vincular y también a nivel de tendones, músculos, articulaciones, huesos, piel, etc? ¿Qué podíamos hacer con nuestro cuerpo? Con la palabra…para que no quedara amordazada por la “pena”.

Primó una consigna: moverse. Como fuera y donde fuera, pero hacer circular el movimiento para nosotros mismos  y para los otros, salir de ese confinamiento para que no se transformara en un estado mental, aparte de una pauta de salud necesaria. Pararse de otro modo, el posible, ante esta reclusión forzada.

Estos cuerpos aislados, sin el contacto presencial, estaban ahí…a la espera: el cuerpo se mueve, la música envuelve y se despliega el movimiento. Tono, calor, ejercicios, saltos, piso, música. El deseo hizo su trabajo: dio el empuje para que cada uno pudiera salir del aislamiento, encontrando una respuesta al silencio mordaz provocado por lo real, tomando una posición política subjetiva y subjetivante: el cuerpo y el movimiento que interpela la pandemia.

Los invito a disfrutar de la poesía del movimiento: