“El problema no es entretener, es indagar sobre qué es lo entretenido”
Peter Brook
¿Qué relaciones se establecen entre la comida y el teatro? Arnold Wesker fue repostero y cocinero y se sirvió de su experiencia en los fogones para escribir su más famosa obra: “La cocina”. Y aunque algunos creen que el placer en la comida es solo por el sabor, también es visual como lo declaró Giacomo Casanova: «Quiero un ragú y soy un conocedor, pero si no está bien presentado, me parecerá mal». La historia entre la cocina y el teatro es tan antigua como la relación entre el hambre y el mundo. “Es más fácil vender comida que una entrada de teatro” afirma Fabio Alberti, el cual no encuentra trabajo como actor pero tiene un libro de recetas, un foodtruck y un programa de radio en Argentina.
En muchas obras de teatro he puesto gente comiendo en escena. Sea porque se devoraba algún plato en especial, como en la obra “Japón” de Víctor Falcón, donde el padre ausente recorría la escena mordisqueando las patas de la gallina en un plato de sopa, – ¿dónde deja de ser ese padre mi propio padre? – o cuando grandes cantidades de naranjas recorrían el escenario hasta ser pisoteadas por una madre que se negaba al pasar del tiempo como en “Jardín de colores” de María del Carmen Sirvas. He puesto en varias oportunidades, maletas llenas de naranjas -como el recuerdo de infancia de una amiga mía, la cual esperaba impaciente a su padre que regresase de viaje -. Y ahora que recuerdo, también he puesto a vomitar leche a varios personajes femeninos. En el teatro, la presencia de la comida puede ser el carácter de realismo que pueden dar a las acciones, representadas o evocadas, la mención o incluso representación en el tablado de algo tan habitual, y en ese sentido intrascendente, como el alimentarse,- no hay que olvidar que habitualmente el simple comer no es algo memorable o dramático por sí mismo, pero su mención en el escenario aproxima el ámbito de la ficción dramática a la realidad del espectador. Dicen que las aves siempre han inspirado la imaginación del hombre. Su vuelo hace pensar en la libertad y desprendimiento de las cosas terrenas. Pero los pollos y las gallinas no se puede decir que vuelen. Entre mis recuerdos de infancia, las patas de pollo eran sancochadas junto a sopas y guisos, mientras me cuentan que en la cocina oriental, las patas de pollo suelen ser una opción en los restaurantes dim sum, servidas como garras de fenghuang (fénix chino). A las patas de pollo también se les llama «talones de fénix». El pollo forma parte de la simbología china del fénix y el dragón, y representa la unión familiar. En la obra “Japón” el padre que se atraganta las patas de pollo, se niega a la realidad que su esposa moribunda está a punto de morir, y piensa solamente en realizar un viaje a Japón.
El teatro, arte de raigambre popular, desde siempre estuvo relacionado con la cocina, otra disciplina que también seduce al pueblo[1]. Los más diversos platos y los avatares de los comensales -y también de los que soñaban con sentarse a una mesa bien provista- estuvieron presentes en las diferentes obras, como argumento o protagonistas. Los atenienses condimentaban su asistencia a las prolongadas representaciones teatrales con habas, nueces y garbanzos. Las mismas sólo se interrumpían para que actores y público salieran a comer. En la comedia Pluto , de Aristófanes -otro ateniense, los ruegos a los dioses implorando riqueza y salud se aderezaban con libaciones de vino, carnes, panes y aceite.
Pero la comida no sólo está relacionada con la cultura gastronómica, también está relacionada con el hambre, y éste es un tema que Cervantes en el teatro del Siglo de Oro trata admirablemente en su Numancia, donde la crudeza del hambre adquiere una espectacularidad notable[2]. En este caso la comida no es solamente una referencia textual, termina por tener un valor espectacular y escénico. Siglos más adelante la comida adquirirá una realidad escénica y dejará de ser una referencia dietética para convertirse en un elemento mimético en el texto espectacular de la puesta en escena. Los cafés madrileños, durante la segunda mitad del siglo XIX, no sólo ofrecían tertulias, sino que además sorprendían a la concurrencia con alguna representación. Con esa premisa nacieron los cafés-teatro. El primero fue el de Capellane, en el que se presenciaba el espectáculo y los ensayos por el precio de la consumición: dos reales.
La tradición de enriquecer el menú de turno con ritos teatrales alcanzó hasta los claustros hispanos. En el Convento del Carmen, situado en la localidad de Sangüesa, en la Navarra Media, aún hoy se celebra una cena muy particular a fines de julio. Un elenco de actores y músicos -enfundados en túnicas con capucha- son allí los anfitriones de un banquete generoso en sopas, pescados y dulces y los comensales cenan munidos de un único cubierto, una cuchara de madera tallada de la que sólo debe emplearse su parte cóncava, a riesgo de derramar los manjares. Sin embargo sabemos que el hambre y el apetito son cuestiones diferentes, a pesar de que en el lenguaje popular muchas veces se confundan.
“En la primavera de 1315, una lluvia inusualmente intensa azotó gran parte de Europa. Todas las clases sociales se veían afectadas, pero especialmente los campesinos, que representaban el 95% de la población y no tenían reservas de comida. Para intentar aliviar la situación se sacrificaron animales de tiro, se destinó a alimentación el grano reservado para la siembra y los niños eran abandonados a su suerte[3]. En este trágico escenario se sitúa una conocida fábula infantil, Hänsel & Gretel, de orígenes bálticos y recopilada por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm en su libro «Kinder – und Hausmärchen» en 1812. Con leves variaciones, la historia camufla en las desventuras de dos pequeños hermanos abandonados por sus padres y secuestrados por una anciana con la intención de llevar a cabo a través de ellos un acto de canibalismo. En un laboratorio teatral que conduje para enseñantes de escuela inicial en la ciudad de Perugia (Italia) tomamos el cuento y en su versión teatral las maestras, con desenfreno, engullían una gigantesca torta de chocolate en forma de casita.
Hace algunos años empleé granadas (Punica Granatum) la fruta carnosa del árbol del granado como símbolo de fertilidad debido a su elevado número de semillas, en “Alicia en el país de las cuerdas”. Esa obra estuvo inspirada en un hecho real, sucedido en la Francia del siglo XVII. Es la historia de un sacerdote (a quien queman en la hoguera debido a acusaciones falsas) y un convento de monjas poseídas. Poseídas según ellas por el demonio, pero según el planteamiento de Aldous Huxley, poseídas por la falta de verdadera devoción, el fanatismo, los alcances de la psique humana y, sobretodo, por los increíblemente poderosos alcances de la corrupción eclesiástica y del estado. Las monjas “poseídas” y el sacerdote “practicante de brujería” provocan un morbo enorme que alcanza a todo el pueblo y contamina incluso almas vecinas. En la mitología clásica, encontramos el mito de Perséfone que, sin saberlo, contrajo matrimonio con Hades al comer seis granos de granada. En esta leyenda la granada representa el casamiento, la fertilidad, la fecundidad y funciona como una amalgama efectiva creadora de lazos indisolubles.
No puedo dejar de mencionar A Ciegas Gourmet que es el único espectáculo que combina una cena gourmet, especialmente diseñada para ser degustada en la más absoluta oscuridad, con una obra de Teatro Ciego[4], que tiene la particularidad de tener música en vivo a cargo de una cantante y un pianista. El espectador podrá conocer un bar de Buenos Aires de los años´40. Los personajes contarán las diferentes historias de amor de su vida a la espera de la llegada de una importante cantante. La música y sus relatos harán que el público pueda viajar por diferentes y divertidos escenarios. Guiado por la cadencia de la voz de la cantante y acompañado por el pianista Carlos Cabrera, el espectador podrá ser parte de la escena viviendo una experiencia musical y teatral única, un viaje a través de los sentidos.
Como una futura reflexión final pienso en una de las escenas de mi espectáculo “El Plebeyo”, -actualmente en fase de ensayos- en la cual el padre de Giannina Zuccarello, le da de comer en la boca a su hija como si fuese una niña engreída, o como probablemente una forma de evitar el destete del seno (materno) paterno. Alguien, otro hombre, un plebeyo viene a llevarse a su hija, y él la manda a Florencia para salvarla del amor mestizo y salvarse de la humillación.
[1] LAURA FERRÉ / http://www.lanacion.com.ar/190707-el-teatro-de-la-comida
[2] GONZALES AURELIO / Comer y beber en el teatro Cervantino
[3] WILLIAM CHESTER JORDAN. «The Great Famine: Northern Europe in the Early Fourteenth Century».
[4] http://teatrociego.org/index.php/espectaculos/aciegas