En el Perú de las últimas décadas del siglo XX, Sendero Luminoso habría intentado universalizar el panoptismo en tanto tecnología política clave de la sociedad de normalización. De algún modo, esta organización político-militar habría buscado implementar -sin errores ni fisuras- el régimen de poder disciplinario –vía espacios de encierro como la cárcel- que el propio Estado-nación no habría sido capaz institucionalizar, tal como sí ha sucedido en los países modernos occidentales desde el siglo XIX.

 

En la Lima de la década de 1980 la cartografía sociosimbólica había cambiado radicalmente con relación a aquella de mediados de siglo XX. Se expandió tanto hacia el sur, el norte y el este; se extendió sobre los arenales, los valles y las estribaciones andinas. Los protagonistas eran los migrantes y sus descendientes que habían llegado de todo el país desde hacía pocas décadas[1]. Este proceso involucró, en efecto, a todo el país. Sin embargo, las consecuencias de los acontecimientos de la guerra interna que comenzó en Ayacucho en 1980 (departamento situado en la sierra centrosureña del Perú) parecían no perturbar el ritmo agitado de la capital peruana. Más aún, las noticias de la insurgencia armada de Sendero Luminoso parecían constituir ecos lejanos, perdidos en algún confín inexplorado del mundo. Este clima de distancia respecto de la guerra campesina no se mantuvo por mucho tiempo pues la presencia política, militar y terrorista de Sendero Luminoso fue incrementándose desde los ‘márgenes’ de la ciudad (penales, barriadas, universidades públicas, etc.) hasta los centros mismos del poder material y simbólico de Lima.

Mientras tanto, durante el año 1982 los guerrilleros de Sendero Luminoso tomaron por asalto la cárcel de Huamanga para liberar a decenas de combatientes que habían sido recluidos. Dicho penal estaba ubicado casi en el corazón de la ciudad de Ayacucho, muy cerca de la Universidad San Cristóbal y del hospital. Por este exceso de proximidad a los distintos espacios urbanos, el gobierno decidió enviar a los nuevos presos senderistas muy lejos de Ayacucho, a una isla próxima a la bahía del Callao que había servido de alojamiento de mazmorras durante el período colonial e inicios de la república y que habría sido reabierta durante el siglo XX para albergar a presos políticos y reos comunes. La isla-penal El Frontón había sido clausurada en la década de los setenta por considerarse denigratoria para la vida de los reclusos. Lo cierto es que con esta acción el gobierno de Belaúnde prefería anular las posibilidades de rescate de prisioneros desde fuera y, a la vez, hacer invisibles para el resto de la población urbana y rural la existencia de los militantes senderistas. De lo que se trataba era que la sociedad olvidara a tales individuos. Estando a varios kilómetros de la costa limeña no habría probabilidad siquiera de que sus camaradas ayacuchanos pudiesen ir en su auxilio y la fuga, además, constituía un riesgo demasiado alto.[2]

Sin embargo, si nadie podría rescatar a los prisioneros senderistas desde el exterior y su vida corría peligro al querer fugarse, ellos resignificaron el espacio carcelario, de apariencia casi premoderna, como un espacio de formación y lucha política. De este modo, los senderistas produjeron una nueva cartografía simbólica de la isla-penal. El “pabellón azul”, como se denominaba la zona en la que se encontraban los senderistas, se distinguía claramente del resto de pabellones por la estricta organización que fueron adoptando los prisioneros y por las protestas que permanentemente les llevaban a enfrentamientos con el personal de seguridad del Instituto Nacional Penitenciario (INPE).

En un documento del 19 de junio de 1987, recordando la masacre contra los miembros de Sendero Luminoso en los penales de El Frontón, Lurigancho y el Callao perpetrada por el gobierno aprista exactamente un año antes, Abimael Guzmán (1987) señalaba que los prisioneros de Sendero lograron convertir “las sórdidas mazmorras del caduco y podrido Estado Peruano en luminosas trincheras de combate”. En la afirmación de Guzmán, se encuentra la denuncia de las prisiones como “lugares émicos”. De acuerdo con Bauman (2005: 109-110), un lugar émico es aquel que ‘vomita’ a quienes lo ocupan, busca evitar el contacto de dichos individuos respecto de su espacio de origen. Así, el sujeto que habita el lugar émico es construido como una persona irremediablemente extraña y ajena a su comunidad. El Estado peruano habría buscado, pues, cortar toda clase de vinculación de los ‘insurgentes’ con la sociedad porque eran considerados individuos mucho más peligrosos que los presos comunes. El Frontón en tanto espacio émico tendería a producir, sino una muerte física, al menos sí la muerte simbólica de los individuos privados de su libertad, esto es, la radical imposibilidad de mantener sentidos de pertenencia con colectividades o instituciones que otorgasen algún tipo de reconocimiento.

La imagen de “sórdidas mazmorras” de Guzmán está vinculada con un encierro de carácter premoderno, donde lo central pareciera no ser la eficiencia en la vigilancia y control extremo de los individuos sino en mantenerlos tan solo fuera de la mirada pública en un tiempo ‘improductivo’, en el que tan solo se puede esperar la muerte. De hecho, durante la década de 1980 las cárceles peruanas eran fábricas de “hombres desechables”, espacios en los que se realizaba una “forma ultra-objetiva de violencia”, una “crueldad sin rostro” (Balibar 2005: 117): con altos grados de desnutrición y con muchísimas enfermedades, las imágenes de los reos eran la de personas que estaban a punto de pasar al estado de muertos vivientes.

En cambio, la política de Sendero con sus militantes recluidos en los penales fue la de aprovechar el ‘lugar émico’ como uno en el que se formen los combatientes más tenaces y resistentes. Más allá de lo despectivo y estigmatizante que puede ser la expresión “escuela de terrucos” que profiriera el personaje que representaba al alcaide del penal El Frontón en la película Alias La Gringa (Perú, 1991), de Alberto Durand, hay algo de cierto en esa frase. Probablemente, más que cualquier parte de los espacios rurales o urbanos, fueron las cárceles los espacios donde los senderistas se formaban de manera integral puesto que, colocados en un centro de reclusión, podían estar vigilados severamente por el aparato partidario para cumplir las tareas designadas. No existía un afuera con el que matizar las actividades diarias.

Durante el segundo gobierno de Belaúnde (1980-1985), el primero de Alan García (1985-1990) y los primeros años del gobierno de Fujimori (1990-2000), los únicos presos que de manera eficaz eran convertidos en fuerzas productivas y que aprovechaban de forma útil su tiempo en la prisión (para la construcción de un nuevo Estado, a saber: la “república popular de nueva democracia”) eran los senderistas. En los pabellones donde estaban los prisioneros de Sendero Luminoso, los militantes cumplían labores escolares, fabriles y de formación militar. El militante preso debía ser ejemplo de espíritu revolucionario ante la maquinaria de exterminio del Estado. Sin duda, más que en cualquier otro espacio social el individuo senderista podía estar sujeto al ideal de disciplinamiento y vigilancia según el cual “el partido tiene mil ojos y mil oídos”.

Así, el ‘radicalismo’ del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso en su implementación de las “luminosas trincheras de combate” en las cárceles peruanas durante la segunda mitad de la década de los 80 e inicios de las del 90 supuso la retoma ideal del modelo del panóptico propuesto por Jeremy Bentham a finales del siglo XVIII (Foucault 2005: 199-230). Para los integrantes de Sendero Luminoso las prisiones en las que fueron encerrados no supusieron meros lugares de tránsito por los que el reo era degradado y producido como una suerte de desecho humano del mismo modo que le ocurría a la mayor parte de presos de las cárceles peruanas, tal como lo he señalado más arriba. Antes bien, la prisión era el sitio en el que el ideal de disciplinamiento del cuerpo y de regulación de la individualidad se podía llevar a cabo de manera mucho más exitosa de lo que el propio Estado peruano pretendía hacer. El proyecto de Estado-nación que Sendero Luminoso buscaba implementar en todo el Perú era, en buena cuenta, el ya practicado en los pabellones de “prisioneros de guerra” de los penales peruanos.

Fue muy distinto lo que ocurrió con el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Una de las acciones más ‘espectaculares’ que llevó a cabo esta organización insurgente fue la fuga de casi medio centenar de militantes que purgaban condena en el penal de ‘máxima seguridad’ Castro Castro, en Canto Grande, Lima, entre los cuales se encontraban varios miembros de la dirección nacional del movimiento. Los tupacamaristas construyeron un túnel de aproximadamente 300 metros de extensión que partía de uno de los pabellones del penal a una casa que se encontraba fuera del recinto penitenciario. La fuga se llevó a cabo pocas semanas antes de que concluyera el gobierno de Alan García en el año 1990. Lo central para el MRTA en este caso era no permanecer en los lugares émicos que eran las prisiones y reincorporarse a la actividad político-armada.

En cambio, para los senderistas el combate bélico incluso dentro de la cárcel era una clara demostración de que el comunista tenía la verdadera capacidad de “dar la vida por el partido y la revolución” siguiendo los preceptos del “marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo”. En efecto, la expresión “luminosas trincheras de combate” adquirió real fuerza con la masacre de los penales del 18 y 19 de junio de 1986 porque lo que se produjo en esas fechas fueron batallas entre los combatientes del Ejército Guerrillero Popular (EGP) de Sendero Luminoso y contingentes bien armados del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, en situación de abierta desventaja para los condenados por terrorismo. Durante esos dos días el Estado asesinó a más de medio millar de senderistas en los tres penales. A partir de ese momento Sendero estableció el 19 de junio como el “día de la heroicidad”.

Ahora bien, Foucault (2005) ha sostenido que la prisión constituye una institución que permite administrar los ilegalismos. El comentario de que las prisiones son entidades ‘inútiles’, que no sirven verdaderamente para ‘rehabilitar’ a los delincuentes es un comentario que no es nuevo sino que más bien se manifestaba desde el principio del siglo XIX. Frente a esto, Foucault ha argüido que el supuesto fracaso de la prisión es constitutivo al sistema carcelario. La prisión sería un lugar en el que se producen delincuentes para tratar de restringir que las prácticas que se desviaran del marco de la legalidad se redujesen tan solo a un conjunto de ellas, las consideradas delictivas. De este modo, Foucault sostiene que, antes que constituir elementos disímiles, policía, sistema judicial, prisión y delincuencia articulan una red que sostiene el mantenimiento del orden, la disciplina y la seguridad en la sociedad. Por el contrario, la ‘obscenidad’ de la política de Sendero Luminoso con sus militantes apresados reside en poner en práctica todo el ideal de sociedad disciplinaria que está bajo el proyecto de la prisión, pero sin producir delincuentes, es decir, sujetos que se desvíen del ‘contrato social’ para actuar solo en función de sus ‘intereses personales’. Siguiendo a Foucault, podemos afirmar que la producción discursiva e institucional de los sujetos anormales ha sido absolutamente necesaria para la perdurabilidad de la norma. En otros términos, para la modernidad capitalista es imposible concebir una sociedad de normalización sin buscar tener control también sobre las fantasías de transgresión de dicha norma. Por ello, el poder disciplinario es suplementado paradójicamente con determinado tipo de transgresiones. Así, pues, desde mi punto de vista, el conjunto de acciones de los prisioneros de Sendero en las cárceles del Perú durante el conflicto armado interno resulta realmente ‘obsceno’ porque desoculta aquella verdad que el Estado liberal prefiere mantener en secreto, fuera de escena: el hecho de que la universalización del poder de normalización puede llevarse a cabo sin la mediación de su contrario, la transgresión[3].

Uno de los lemas centrales de Sendero, que formaba parte de los himnos a la guerra ‘popular’, ha sido el de “salvo el poder todo es ilusión”. El equívoco de esta frase reside en el hecho de que, si algo define al poder –siguiendo a Baudrillard (2002) y a Foucault (2005)-, es que el propio poder enmascara la imposibilidad de su totalización: en el fondo todo poder es una enorme simulación. No obstante, Sendero Luminoso, siguiendo algún tipo de “astucia de la razón”, se empeñó en creer que el poder y la norma pertenecen a un terreno que nada tiene que ver con las idealidades. Así, según esta organización, en el ‘corazón’ del poder existiría un núcleo duro, irreductible, que se postula como la garantía última para la consecución de las acciones revolucionarias. Para ello, la prisión constituiría el espacio efectivo en el que supuestamente no existiría exterioridad alguna respecto de los dispositivos de poder: no habría nada que se pudiera escapar al control racional de lo político. Por consiguiente, la asunción senderista de la prisión encarna el ideal de un ejercicio de poder sin transgresiones, el gobierno de las reglas sin la posibilidad de la excepción.

Tras todo lo dicho, se torna necesario afirmar que el paradójico éxito de Fujimori residió en producir un régimen carcelario ‘normal’: ni el casi premoderno de El Frontón reabierto por Belaúnde ni el ‘pseudomoderno’ producido por Sendero Luminoso. Cuando a partir de mayo de 1992, pocas semanas después del autogolpe del cinco de abril, se perpetra la masacre contra los senderistas presos en el penal Castro Castro, lo que Fujimori hará es retomar el gobierno simbólico e institucional de la prisión en todos sus pabellones, pues el Estado había perdido dicho dominio a finales de la década anterior. Más aún, Sendero no solo había organizado otro modo de vida de sus combatientes presos, sino que además había reconfigurado visualmente la infraestructura de las cárceles. Así, fue sobre todo en la “luminosa trinchera de combate” del penal Castro Castro donde los murales y los grafiti alusivos a la “guerra popular” y al “presidente Gonzalo” fueron los que dominaron la imagen del interior de los pabellones de presos senderistas. Sendero intentaba demostrar que sus militantes podían ‘dirigir’ mejor una institución estatal moderna (la cárcel) de lo que podía hacer el propio Estado.

 

Esta imagen corresponde al reportaje que Televisión Española hiciese público el año 1991. Corresponde al pabellón ‘especial’ de mujeres del penal Miguel Castro Castro. En el primer plano, destaca un batallón de militantes senderistas en un ritual marcial en homenaje al presidente Gonzalo, cuya imagen se encuentra estampada en un inmenso mural en la pared en el background de la fotografía. Por aquella época Sendero sostenía que su situación a nivel nacional era de un “equilibrio estratégico”. Según Mao Tse Tung, son tres las fases por las que pasa el partido revolucionario en el curso de la guerra popular: defensiva estratégica, equilibrio estratégico y ofensiva estratégica. Las tres correspondían a períodos por los que pasaba la lucha de clases y por las que la incidencia del partido en las “masas” se fortalecía. El estado de equilibrio estratégico tendría que haber correspondido, de acuerdo con la concepción maoísta asumida por Sendero Luminoso, a una disputa, casi de igual a igual, en términos de fuerza política y militar del partido comunista y el ejército rebelde con el Estado. De alguna manera, aquí se tendría que ver reflejada la teoría leninista de la dualidad de poderes que deben crear los revolucionarios frente al sistema de opresión que buscan derrotar. Sin embargo, las capacidades de movilización política e ideológica de Sendero sobre la sociedad peruana a finales de la década de 1980 estaban ya en decrecimiento. Clara señal de ello fueron las movilizaciones que se produjeron en todo el país frente a la propuesta de estatización de la banca planteada por Alan García el año 1987. Sendero no comprendió que la crisis general que sufría la sociedad peruana (producto de la crisis del proyecto nacional-desarrollista emprendido en 1968, la hiperinflación y el boom de la corrupción) no supuso un respaldo de la ciudadanía al proyecto político cifrado en el “pensamiento Gonzalo”. Las imágenes de la cárcel –aparecidas tanto en Televisión Española en 1991 y en el canal 4 de Londres a inicios de 1992- produjeron la apariencia de un ‘Sendero vencedor’ y, por consiguiente (desde el punto de vista neoliberal), la imagen de un país que había caído en la ‘ingobernabilidad’, la ‘inviabilidad’ y la ‘inestabilidad’, por lo cual se justificaba la ‘mano dura’ que Fujimori explicitó a partir de su “autogolpe” de Estado. A través de tales imágenes Sendero buscó simular que tenía control sobre el Estado peruano cuando su mayor esfuerzo de control se ubicaba sobre todo en las performances que puso en escena para las cámaras de la prensa internacional. El “equilibrio estratégico” era, pues, la farsa que Sendero había fabricado para tolerar la realidad de que estaba perdiendo capacidad de iniciativa política frente a la crisis de la sociedad peruana. Lo qué sí se develó como rotunda ilusión fue el advenimiento del poder total senderista.

Entonces, lo que la dictadura fujimorista logra es instalar de manera eficaz el imaginario moderno de vigilancia y control sobre los cuerpos e individualidades que Sendero Luminoso no había podido implementar pese a desearlo. Carlos Iván Degregori (s/f) ha advertido que, en cierto modo, ya Sendero había sentado las bases para la universalización del espionaje que el Servicio de Inteligencia Nacional comenzó a implementar desde comienzos del primer periodo de gobierno de Fujimori. ¿El enunciado “El Partido tiene mil ojos y mil oídos” que he citado antes no formula acaso de forma ideal el proyecto de sociedad panóptica del que nos habla Foucault? Sin embargo, Sendero no tenía control del Estado-nación como para universalizar esta propuesta. El nuevo Estado peruano que se establece en la década de 1990, el Estado neoliberal-autoritario, adopta dicho lema pero sin enunciarlo en el discurso público, sin develar la violencia primigenia de tal propuesta. Como señala Balibar (2005: 101-120), la violencia del poder instituido se autorrepresenta, de ordinario, como contraviolencia preventiva, sus fines serían los de establecer sistemas de seguridad para los ciudadanos con el único propósito de “defender la sociedad”. Si el Partido (Sendero Luminoso) tiene mil ojos y mil oídos, no debería existir el desvío; pero el poder disciplinario del Estado ‘realmente existente’ sí requiere al parecer de vez en cuando ser sordo y ciego, siempre y cuando él sea el que decida qué deja de ver u oír. El monopolio de la visión que pretende tener el Estado en la modernidad neoliberal no puede tomarse en serio a sí mismo todo el tiempo; debe tener espacios y sujetos con los cuales cobre una distancia cínica respecto del discurso público, oficial. Para decirlo en peruano: es inconcebible un Fujimori sin un Montesinos, es imposible conservar la máscara de la norma mientras no se conserva la de la transgresión criminal. No obstante, Sendero Luminoso no pudo ni supo captar totalmente esta lógica (felizmente).

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

Balibar, Étienne. Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global. Gedisa, Barcelona, 2005

Baudrillard, Jean. Contraseñas. Anagrama, Barcelona, 2002

Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 2005

Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. “El Partido Comunista del Perú (Sendero Luminoso)”. En: Informe final. www.cverdad.org.pe/…/1.1.%20PCP-SL/CAP%20I%20SL%20ORIGEN.pdf, 2003

Degregori, Carlos Iván “Intervención en el Congreso de fotoperiodismo: el poder de la imagen y la imagen del poder”. En www.pucp.edu.pe/eventos/fotoperiodismo/pdf/degregori_poder_imagen.pdf, s/f

Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Siglo XXI, Buenos Aires, 2005

Guzmán, Abimael. “Dar la vida por el partido y la revolución”. En: Revista Sol Rojo. http://www.solrojo.org/pris_doc/pg_0687.htm, 1987

Movimiento Popular Perú-Alemania. “Documentación de los genocidios contra los presos políticos”. En http://mitglied.lycos.de/mppa/Genocidio.html, s/f

Rama, Ángel. La ciudad letrada. Arca, Montevideo, 1998

Rénique, José Luis. La voluntad encarcelada. Las “luminosas trincheras de combate” de Sendero Luminoso del Perú. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2003

Zizek, Slavoj. El acoso de las fantasías. Siglo XXI, Madrid, 2010.

 

[1] Ángel Rama (1998) ha señalado con razón que la disposición de los espacios de la ciudad moderna obedece a una razón administrativa que procura distribuir a los sujetos bajo un orden jerárquico. Así, de lo que se trataría es de colocar en el centro de la ciudad el centro del poder político, social, económico y cultural. De hecho el diseño en ‘damero’ de las ciudades latinoamericanas corresponde a esta lógica. Sin embargo, la razón ordenadora no ha desaparecido de las ciudades de la región: los edificios del palacio de gobierno, del arzobispado u otros similares siguen estando en el ‘centro’ de las ciudades aunque está claro también que han nacido nuevos y múltiples ‘centros’ con sus respectivas periferias.

[2] Para la situación de los prisioneros senderistas en el Perú, me he basado en Rénique (2003), Comisión de la Verdad y Reconciliación (2003) y Movimiento Popular Perú-Alemania (s/f), página de militantes y simpatizantes de Sendero Luminoso en Europa.

[3] Para comprender las complejas relaciones entre la ley y su transgresión, he tomado en cuenta las reflexiones de Zizek (2010) a propósito de la “obscenidad del poder” (véanse, en especial, los capítulos 1, 3 y 4).

Summary
SENDERO LUMINOSO, O LA PRISIÓN COMO PROYECTO NACIONAL
SENDERO LUMINOSO, O LA PRISIÓN COMO PROYECTO NACIONAL
En el Perú de las últimas décadas del siglo XX, Sendero Luminoso habría intentado universalizar el panoptismo en tanto tecnología política clave de la sociedad de normalización. De algún modo, esta organización político-militar habría buscado implementar -sin errores ni fisuras- el régimen de poder disciplinario –vía espacios de encierro como la cárcel- que el propio Estado-nación no habría sido capaz institucionalizar, tal como sí ha sucedido en los países modernos occidentales desde el siglo XIX.