“No pensamos el cuerpo, sino lo pensamos como algo que pesa”

                                                                         Jean-Luc Nancy

Somos seres en movimiento. El universo lo es y desde que nacemos, ya nuestros ritmos fisiológicos: la respiración, el ritmo cardíaco, nos imponen justamente una pauta rítmica, un movimiento. Por lo tanto, éste es condición de nuestro ser, aunque estemos en reposo.

Ahora bien, la gravedad nos pone de pie y lo primero que tenemos que poder hacer es adherirlos al suelo y lograr la posición erguida.  Por el solo hecho de estar de pie, y sostener esta posición, portamos una carga expresiva que va a connotar el movimiento. Ya lo decía Nietzsche  con Zaratustra: el caminar, por ejemplo, expresa una relación fundamental con el suelo y la gravedad. Por lo tanto, el cuerpo es en movimiento y éste es una parte primordial de la construcción del cuerpo ya que forma parte de lo que lo hace estar vivo.

La posición erguida del ser humano es el punto de partida para organizar la percepción y el modo de conocer el mundo: estamos definidos por un arriba-abajo, adelante-atrás, izquierda-derecha.  Nuestros movimientos son regidos por un plano horizontal, vertical y sagital y  percibimos variadas combinaciones que pueden surgir desde estos ejes, por ejemplo: arriba-adelante- izquierda, abajo-delante-derecha, etc.  Además, no debemos olvidar que cada uno de estos movimientos son  desarrollados en un tiempo y en un espacio determinado,  que hace  que el movimiento pueda ser largo, ancho, profundo  y en un tiempo estático o dinámico, en un aquí y ahora. Cada una de estas articulaciones, posibilita la composición de la gestualidad humana.

En la danza, el movimiento, es su modo de expresión. Éste por más azaroso que parezca, tiene una complejidad que implica múltiples factores que posibilitan su despliegue.

El peso, el flujo, el tiempo y el espacio, posibilitan que un bailarín teja una trama. En la danza, el movimiento implica una pluralidad de centros, una superposición de perspectivas, una maraña de puntos de vistas alrededor de la línea gravitatoria, que es inconmensurable. El gran desafío del bailarín es romper el eje gravitatorio e ir comprobando la multiplicidad de opciones en el saltar, rollar, girar, desplazarse por el suelo, etc. Una articulación constante  entre equilibrios y desequilibrios. Podemos ver que todo movimiento de que es capaz el ser humano, consiste en la articulación de tres acciones: contracción, dilación y rotación. Tensión – torsión en constante dinamismo. Asistimos así, a la muerte de las limitaciones de la danza. El movimiento danzado no conoce ningún límite.

De esta manera el bailarín  deja al movimiento escapar del cuerpo.

Tomando las palabras de Marie Bardet  en “Pensar con Mover. Un encuentro entre danza y filosofía se des jerarquizan ciertas partes del cuerpo, para dar lugar protagónico a otras, permitiendo  una repartición democrática de espacios, pesos, lugares, tiempo etc.

Y la danza  da vida al movimiento creando  sentidos, significaciones, simbolismos. La danza por medio del movimiento rítmico y el gesto creador transforma  el cuerpo en un instrumento vibrante y sonoro que da a conocer un discurso.

Así cada movimiento es  un acontecimiento único e irrepetible, un destello, un fulgor  que capta lo indescifrable del deseo.