La mirada, como un haz de luz, atraviesa la barrera de la prohibición; traspasa el lienzo del cuadro, se introduce por el agujero de la pared hasta encontrarse con la desnudez de un objeto sin velo que causa horror
Pero ¿qué es el horror?
¿Es la escena terrible de una representación? ¿O es más bien lo que impacta por no poderse representar? En ese sentido, el cuadro sería la barrera que todos nos formamos (cada uno tiene su escena, su cuadro) para no quedar confrontados a eso que está más allá del cuadro, más allá de la representación.
Lo real, para Lacan, es eso imposible de representar que acosa, atrapa, empuja al acto.
En el film Psicosis se quiebran los soportes simbólicos, y nos acercamos a esa casa, ajena, extraña… familiarmente extraña, que es la casa materna.
Hitchcock a través de la cámara subjetiva, acuchilla nuestra mirada, mientras el sonido agudo de unos violines acompaña el corte diagonal sobre la piel de Mariom.
¿Miramos el cine o el cine nos mira a nosotros?
Con el cine aprendemos que la fascinación de la mirada encubre el horror de lo siniestro, también que, de pronto, ese objeto que miramos, nos mira… que la mirada es esa mancha que nos mira a través del agujero en la trama.
Caminamos en nuestra ciudad Psicosis, muy seguros y envueltos en la vigilancia, de un Otro Absoluto (como la madre de Norman Bates) que desde lo alto de un poste, garantiza nuestra minoría de edad, nuestro ser objeto de la mirada de un Gran Otro, que todo lo ve y que todo lo sabe.
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