Una estrategia de distribución, que incluya contratación de personal en publicidad, en comunicaciones, en la elaboración de piezas audiovisuales, producción de trailers, afiches, un número determinado de copias en DCP, realización de spots, paneles y campañas diversas en televisión, radio e Internet, contratación de una central de medios, pauteo de spots en canales masivos, pauta en el canal del Estado, tomaría por lo menos un estimado de 250 mil soles. Y una película hecha de manera independiente está lejos de esos presupuestos. La desventaja es evidente.
Los estrenos de La Última Tarde de Joel Calero y Rosa Chumbe de Jonatan Relayze han confirmado la fragilidad de los sistemas de promoción del cine en el Perú fuera de las estrategias de films peruanos comerciales y de distribuidoras o exhibidoras que apelan a las prácticas de las majors (UIP o Warner por ejemplo). Mientras las películas pequeñas tienen que recurrir a flyers que circulan en Facebook y al boca a boca ahora trasladado al universo 2.0, los otros films peruanos que tienen mayor producción sí mantienen aún grandes inversiones publicitarias, basados en paquetes de spots o paneles gigantescos en grandes avenidas.
A pesar de este sistema que enfrenta sin querer a David versus Goliat, lo que sí queda claro es que estrategias alternativas, incluso algunas sin antecedentes, han ayudado a llevar a espectadores a las salas. Ya Joel Calero en una entrevista señaló que más allá de los recursos que haya tenido para colocar su película en más de diez salas a nivel nacional, ha tenido que recurrir a un sistema peculiar, el envío personalizado vía e-mail de información de su película, invitando a líderes de opinión, docentes, músicos, escritores, dramaturgos, etc., a asistir y compartir el interés del film. Que diversas columnas en medios, post en Facebook, tweets, hayan logrado transmitir el efecto del film ha tenido que ver también con este trabajo minucioso de un cineasta que se tomó tiempo, noches en vela y mucha voluntad por difundir su trabajo. Si bien Calero ya es un cineasta conocido, con más de tres películas en su haber, que una película lleve gente a las salas aún es una tarea que no basta con un simple spot televisivo o un currículum con reconocimiento. Las redes sociales y su influencia están cumpliendo un rol capital en la difusión y valoración del cine peruano.
¿Qué pasa con la promoción de films independientes? El estado implementa hace algunos años una política de apoyo a la distribución del cine peruano, realizada a través de concursos anuales, que implica fondos para poner en práctica estrategias propuestas por las mismas productoras sobre la comercialización y difusión de sus películas. Los premios, que oscilan entre 70 mil y 140 mil soles, permiten hacer efectivos los fondos en la exhibición del film no solo en multicines (lo más caro) sino también en espacios alternativos (el circuito más endeble y precario) como “salas de arte y ensayo, centros culturales, cineclubs, microcines, plataformas digitales, entre otros”, según las bases publicadas por el Ministerio de Cultura. Sin embargo estas cifras son insuficientes para realizar una campaña de publicidad acorde a los estándares usuales de difusión. ¿Cómo llegar y convencer a los peruanos de ir a ver un cine peruano diferente?
Una estrategia de distribución, que incluya contratación de personal en publicidad, en comunicaciones, en la elaboración de piezas audiovisuales, producción de trailers, afiches, un número determinado de copias en DCP, realización de spots, paneles y campañas diversas en televisión, radio e Internet, contratación de una central de medios, pauteo de spots en canales masivos, pauta en el canal del Estado, tomaría por lo menos un estimado de 250 mil soles. Y una película hecha de manera independiente está lejos de esos presupuestos. La desventaja es evidente.
Tanto La Última Tarde como Rosa Chumbe, que llevaron a las salas entre 38 mil y 15 mil espectadores respectivamente a punta de esta promoción alternativa, también realizaron estrategias con estudiantes de universidades, que implicó desarrollar conversatorios sobre los temas de las películas, coordinar con los docentes de los cursos, sobre todo en universidades privadas, lo que debería ampliarse pero en coordinación con el estado, a las públicas, y a las escuelas también secundarias, y hacer de esto una práctica usual dentro de una política de formación de públicos. El Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM) viene realizando una labor pedagógica en este sentido, de acompañar la proyección de film con diálogos, aunque se debería recurrir a lo itinerante. Ir a las universidades, a las escuelas, a las mismas aulas.
Por un lado, que la promoción de ambos films haya requerido, ante la falta de recursos, creatividad en el uso de las redes sociales (compartir memes cómicos elaborados espontáneamente por usuarios, por ejemplo), es necesario considerar al proceso de distribución como un eje capital, donde en el futuro los cineastas no tengan que hacer malabares para promocionar sus films: ha habido spots en medios, entrevistas, difusión en prensa, pero muchas veces esto no es suficiente. Si bien son experiencias que se pueden replicar, hay una urgencia de que las películas queden más tiempo en cartelera y que el boca a boca sea solo una parte de una estrategia en mejores condiciones.
Los resultados de ambas experiencias creativas en la difusión, que no ha necesitado de grandes sumas millonarias, a través de redes sociales, y que han logrado aumentar el número de espectadores y el interés de un público joven por el cine peruano, podrían dar luces para la aplicación de políticas comunicacionales desde el estado para la atracción de nuevos espectadores, a la par del diseño y concreción de circuitos alternativos, como la de una cinemateca, y también junto al sector privado para ver un cine peruano distinto. No se puede dejar toda la chamba a los cineastas.