Atravesamos épocas complejas, signadas por discursos deshilvanados y poco consistentes, donde nos encontramos con una oferta ilimitada de objetos por consumir, que consumen la posibilidad de una pregunta; un tiempo en la que la tradición y los valores institucionales han decaído en su función; la historia no tiene valor, pero sí es vital la instantaneidad e inmediatez como formas de transcurrir; un Dios… Google, como referente máximo del saber, y unos lazos cada vez más laxos y poco firmes que nos van dejando sin demasiados referentes o por el contrario, vamos impelidos a buscarlos en la variada y frágil oferta que encontramos en las góndolas. Además, un cuerpo propio cada vez más ajeno.
En estos tiempos maltrechos, no dejo de preguntarme por los cambios que va sufriendo nuestra práctica clínica. No recibimos a los mismos pacientes, las Instituciones han mutado, la época se nos metió por la ventana. El psicoanálisis es una práctica de la palabra, pero todos los analistas nos fuimos encontrando con el transcurrir de los tiempos, que teníamos enfrente un sujeto que su decir estaba amordazado, e iba necesitando otros modos de poner en palabras eso que no encontraba una vía de expresión. Así se fueron incluyendo distintas prácticas, variadas disciplinas y fuimos avizorando que en soledad, dentro de nuestros consultorios, no íbamos a poder con los síntomas actuales. Así, aquellos cuadros clínicos como las patologías del acto, consumos problemáticos, desbordes conductuales, intentos de suicidios, problemática psicosomática, etc. Nos fueron señalando el camino, a modo de brújula: se hizo necesario implementar otros modos de abordajes, hacer lugar a otros discursos, visualizar otras alternativas.
El Arte y sus variadas expresiones, como otro modo de decir, se fue presentando tímidamente en algunas prácticas e Instituciones, como un modo alternativo de instalar una pregunta, de vehiculizar aquello que había quedado atorado. Empecé a preguntarme entonces: así como la pintura, la escultura, la música, el teatro, la literatura se han hecho presentes en los contextos clínicos-institucionales, ¿es posible que la danza pueda ser incluida en un espacio de esta índole? ¿Qué lugar tiene en un contexto terapéutico como alternativa de acercar amiento a lo más sufriente, a lo no dicho, a esos goces estancados en su circulación?
Una pequeña intervención en una Institución de internaciones breves para adolescentes en crisis, me posibilitó participar en un Taller denominado “Encuentro con el movimiento”. Adolescentes a la deriva, con la angustia del cuerpo en crisis, donde aquellos significantes que los anudaron tienen que sucumbir a la espera de otros nuevos que los nombren. Jóvenes tomados por el devenir entre lo que fue y lo que no se sabe que es. Familias deshilachadas con múltiples problemáticas que no siempre pueden alojar, al igual que la sociedad, esto desconocido que trae la adolescencia. La incertidumbre se vivencia en “carne propia” y el tiempo circula repleto de encrucijadas.
La propuesta de este encuentro es acercar otro lenguaje. El del movimiento para que la palabra amordazada y ese cuerpo pulsional fragmentado, dañado, empiece a recorrer otro camino; comience a hacer lazo con algo de otro orden: con el otro, consigo mismo, con la música, con el movimiento; no olvidemos que a veces, el sujeto adolescente lleva a la carne lo que no logra cernir vía el significante inscribiendo un límite sobre la piel.
Este taller apunta entonces, a que esos cuerpos, en la repetición de los movimientos, en el descubrimiento de nuevos modos de desplazarse, de ocupar el espacio y el tiempo, puedan ir creando un nuevo territorio para habitar, donde encuentren una fisura que les permita pronunciar lo impronunciable y que eso caótico que los habita, posibilite un movimiento inédito, propio que lo signifique ser uno con los otros. Que les permita en definitiva, una invención.
Estos encuentros con la danza, en una comunidad de jóvenes adolescentes en crisis, apuntan a poder alojar al cuerpo con sus vivencias, hacer de la marca una escritura y encontrar ese significante propio que le permita orientarse en un mundo que devino extranjero.