La experiencia psicoanalítica demuestra que los sujetos no nacemos con un cuerpo, sino que éste se construye en los primeros años de vida, otorgando la ficción de poseer un cuerpo. De manera que, como señala Carbonell y Ruiz (2013), para tener un cuerpo “(…) es necesario construir por un lado una imagen propia e identificarse con ella y, por otro, ordenar la satisfacción que se obtiene de él” (p.95). Para ello,  el sujeto debe atravesar por lo que Lacan (2009) denominó como el estadio del espejo, es decir, “(…) un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación” (p.102), donde el sujeto transita de una percepción fragmentada del cuerpo a la alienación de una imagen corporal concebida como unidad, y percibida como parte de sí mismo, incluso antes de poseer dominio sobre las capacidades motrices.

¿Qué sucede en el autismo? De acuerdo a Carbonell y Ruiz (2013) el niño autista no puede identificarse con su cuerpo, lo que genera que muchas sensaciones físicas sean vividas con angustia, siendo difícil para este tipo de sujeto soportar el cuerpo. “Vemos cómo los niños autistas buscan defenderse así de las consecuencias de habitar un cuerpo del que no se han adueñado” (p.101). Esta carencia de imagen unitaria del cuerpo produce un déficit en la percepción de límites corporales. Por esta razón, una situación como cortar el cabello o las uñas puede ser experimentada como una mutilación, siendo frecuente, también, que recurran a lugares que reafirmen los límites corporales en momentos de angustia. Por otro lado, señalan, los sujetos autistas muestran ciertas dificultades en torno a los objetos de la pulsión, presentando dificultades para comer, hablar, controlar esfínteres, recurriendo también, en algunos casos, a taparse los oídos y los ojos.

En un intento de dominar el goce del cuerpo, el sujeto autista crea un borde que separa su mundo tranquilizador y controlado del mundo caótico e incomprensible, “(…) como una formación protectora contra el Otro real amenazante” (Maleval, 2013, p.97). Por ende, una de las respuestas defensivas características de los sujetos autistas es precisamente el rechazo del Otro a través de una barrera que los aísla en una burbuja, que promete sin éxito eludir la angustia que se produce en el encuentro con el Otro. Maleval (2013) plantea que este borde también  “(…) puede ser una barrera autosensual generada por estimulaciones corporales, tales como movimientos rítmicos, balanceos, presiones sobre los ojos, etc., que separan su realidad perceptiva del mundo exterior cuando este se hace demasiado insistente” (p.97).

En suma, el cuerpo no es algo dado, no se es un cuerpo, sino que uno tiene que poseerlo, habitarlo, siendo una relación siempre problemática, donde cada sujeto debe resolver de manera innovadora y particular este encuentro, con aquello tan íntimo y a la vez tan ajeno. El autismo revela distintos modos de habitar el cuerpo, cuyas respuestas son, a veces, más abruptas o, incluso, de aparente ausencia de respuesta frente al ojo o al llamado de un otro. Los autores señalados ofrecen algunas coordenadas sobre esta condición y abren caminos para seguir interrogándonos a partir de la clínica, es decir, siempre desde el caso por caso, y sin ánimos de ofrecer una única fórmula autista. Sin duda, es un tema sobre el que se debería seguir profundizando, no desde la patologízación de la condición sino en la búsqueda de los intentos de solución particulares en el emprendimiento de hacerse un cuerpo.  

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Bibliografía: Lacan, J. (2009) El estadio del espejo como formador de la función del yo [je], tal como se revela en la experiencia psicoanalítica. Escritos 1. México: Siglo XXI, p. 99-105 Maleval, J. (2013) El autismo y su voz. Madrid: Editorial Gredos Miller, J. (1995) La Imagen del cuerpo en psicoanálisis. En Miller, J. (2006) Introducción a la clínica lacaniana: conferencias en España. Barcelona: RBA Ruiz, I. (2015) Otras voces escritas. Madrid: Editorial Gredos Carbonell, N. y Ruiz, I. (2013) No todo sobre el autismo. Madrid: Editorial Gredos