Desde el inicio de su creación el psicoanálisis tuvo en su horizonte curar y tratar el malestar psíquico que padecen los seres humanos. Como es sabido, durante los primeros años de gestación del psicoanálisis, Freud centró su atención en descifrar los misterios del síntoma histérico, pues era un tipo de malestar frente al cual la ciencia de aquel tiempo encontraba su límite. Luego, poco a poco, el psicoanálisis fue ganando terreno y fue interesándose por otras formas sintomáticas como el síntoma obsesivo, las fobias, las psicosis, etc. Y a la par de estos avances fue elaborando también una forma de pensar la condición humana.

A lo largo de la historia han existido infinidad de enfoques interesados en dar cuenta de la complejidad de la condición humana. Desde la religión hasta filosofía la historia del pensamiento nos ha dado múltiples muestras de estos intentos. El psicoanálisis pertenece a esta tradición, pues aunque su propósito inicial no haya tenido esa ambición, sino, como hemos dicho, la de curar y tratar el malestar psíquico, prontamente Freud pudo darse cuenta que no se puede intentar curar el sufrimiento psíquico si no se medita a su vez en la complejidad de la condición humana.

Es justamente esto lo quiere dar a entender Freud cuando en uno de sus textos define al psicoanálisis, en primer lugar, como un procedimiento de investigación de los procesos inconscientes (siendo el inconsciente lo más característico de la condición humana) y, en segundo lugar, como un tratamiento de las perturbaciones neuróticas[1].

Lacan por su parte solía decir al respecto que su lectura de Freud le había dado “la idea cada vez más segura de que no hay captura más completa de la realidad humana que la que realiza la experiencia freudiana”[2].

De tal manera que se podría decir que el psicoanálisis no es sólo un método para la cura del padecer propiamente humano, sino además un modo de adentrarse -vía el padecer psíquico- a nuestra estructura más íntima. Como señala Eric Laurent los psicoanalistas “somos los depositarios de una tensión establecida por Freud entre el psicoanálisis como método y el psicoanálisis como terapia”[3]

Hay que decir que no es exclusiva del psicoanálisis esta relación intrínseca que se forja entre el modo en que se plantea una cura y el modo en que se entiende lo humano. En realidad todo tratamiento de los padeceres humanos supone un modo de pensar al hombre. Existe tal tensión entre ambas cuestiones que uno podría afirmar “dime cómo tratas el malestar psíquico y te diré cómo concibes al hombre”.

Si no se comprende bien la tensión que se establece entre estos dos puntos existe el peligro de caer en concepciones banales de lo que es una cura. Puede caerse por ejemplo en la vulgar idea de que curar es adaptar o restablecer al sujeto en el orden de la cultura. Tropezaríamos ahí entonces con una terapéutica súbdita de los imperativos de su cultura y desconocedora de las estructuras más íntimas de lo humano. Es justamente eso lo que vemos cuando la exigencia de máximo rendimiento del discurso capitalista contemporáneo es trasladado a algún tipo de tratamiento que promete potenciar las capacidades y gestionarlas adecuadamente para alcanzar los estándares de rendimiento y los ideales de una sociedad entregada al consumo. Tratar a la propia vida y pensarse a sí mismo como una empresa no es un método de cura, sino un sometimiento al discurso contemporáneo. Incluso aunque dicho sometimiento produzca tranquilidad.

Para el psicoanálisis lo fundamental de la condición humana es que somos seres hablantes, es debido a que estamos inmersos en un mundo de lenguaje que lo humano se constituye como tal. Es porque somos seres hablantes que hay un sujeto del inconsciente.

El tipo de tratamiento que resulta cuando se parte de la idea de que el ser humano es un ser hablante no es, evidentemente, el mismo que resulta si se parte de la idea de que el lenguaje es una capacidad más entre otras, cuya función es fundamentalmente la comunicación.

En esta ocasión no quisiera desarrollar mucho la idea de lo que es un ser hablante para el psicoanálisis, sino, como he venido señalando, simplemente mostrar que dentro de cada enfoque de tratamiento anida una forma de pensar lo humano. Incluso las formas en que se evalúan la eficacia de dichos tratamientos tampoco están exentas de una postura al respecto, pues suelen hacerse desde un enfoque pragmático y utilitarista de la actividad humana. El incremento exponencial en los últimos años de la industria farmacológica como único tratamiento para el malestar subjetivo es una muestra clara de la hegemonía de estas posturas utilitaristas que cada vez más nos acerca a esa distopia narrada por Aldous Huxley en su famosa novela.

En efecto, un psicofármaco tranquiliza, nos vuelve nuevamente útiles en nuestro desempeño diario y nos inserta en la sociedad del rendimiento donde no hay tiempo para preguntas. Toda esta mejoría utilitaria puede incluso suscitarnos felicidad. Un afecto que al igual que la tranquilidad puede ser bastante engañoso. De ahí que Lacan señale que el único afecto que no engaña es la angustia.

Pero vemos aquí un tipo de tratamiento que busca la restauración del sujeto en el orden de la cultura, sin considerar que esta última, con sus exigencias, pueda ser parte activa de lo que ocasiona el sufrimiento del sujeto.

La pregunta por lo que significa curar el malestar psíquico está llena de escollos, Freud advirtió esto muy tempranamente y dudo del deseo de curar propio de la psicoterapia. Curar implica saber qué es lo que el otro necesita, qué es lo que le falta, cuál es su bien. No hay manera de responder a estas preguntas de manera general salvo que uno busque que el sujeto adopte los ideales de la época o los de uno mismo. Por esta razón Freud decía que el psicoanálisis debía de cuidarse del deseo de curar, del furor sanandi. Decía que si el analista toma como finalidad de la experiencia analítica curar, no lo va a lograr.

El psicoanálisis antes que una terapéutica es un método para escudriñar en lo que deseamos, en lo que nos hace falta, en la búsqueda de nuestro propio bien. No se trata de cosas que sepan de antemano. No trabaja un analista con objetivos terapéuticos, no hace un plan de intervención con objetivos en cada sesión. El sujeto va descubriendo cada vez dónde le duele la vida y qué posición tomar al respecto. No hay nada previsible en estos descubrimientos.

Un malestar psíquico es en principio una situación, y encontrar en dicha situación una oportunidad, inadvertida hasta entonces, de crecer, de rectificar, es algo que no se logra sin asumir una posición ética. Una cura es consecuencia de la creación de nuevas posibilidades subjetivas y estas nuevas posibilidades suelen ser sofocadas cuando no se le permite al sujeto elaborar las condiciones en que apareció su malestar.

 

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[1] Sigmund Freud (2001) Obras completas. Tomo XVIII. Dos artículos de enciclopedia: Psicoanálisis y teoría de la libido. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

[2] Jacques Lacan (2011) De los nombres del padre. Lo simbólico, lo imaginario y lo real. Buenos Aires: Paidós.

[3] Eric Laurent (2014) Estamos todos locos. El psicoanálisis es una psicoterapia, pero… Madrid: Editorial Gredos.

Summary
Algunas ideas sobre lo que es una cura
Algunas ideas sobre lo que es una cura
Desde el inicio de su creación el psicoanálisis tuvo en su horizonte curar y tratar el malestar psíquico que padecen los seres humanos. Como es sabido, durante los primeros años de gestación del psicoanálisis, Freud centró su atención en descifrar los misterios del síntoma histérico, pues era un tipo de malestar frente al cual la ciencia de aquel tiempo encontraba su límite.