“El papel que juegan las narrativas infantiles en la construcción de la subjetividad y conquista de la identidad en el niño”

El niño, así como el filósofo, nos presenta la dimensión de apertura de la vida, un nuevo inicio se abre con cada pregunta que ambos: filosofo y niño producen. La infancia es apertura hacia lo nuevo, hacia lo que aun no tiene nombre, y en ese asombro empieza a rodar la vida, el deseo y la ilusión. No sin angustia iniciamos el relato, balbuceando una lengua extraña, que nos resuena en el cuerpo con sus partículas sonoras, aun indescifrables.

La vida latiendo, sonando, rugiendo. El niño en puro asombro abre la boca tomado por la sorpresa de lo nuevo…

Había una vez… y otra, y otra. Y en cada vez, un hilo que nos ayuda a tejer la trama. A su vez, los cuentos infantiles ponen en evidencia La eterna repetición de un nuevo comienzo, (lo que se repite es la diferencia) y esto nos lo enseñan los niños, en tanto inauguran en carne propia una vida aun con pocas codificaciones y sobredeterminaciones.

Pienso la infancia como una etapa de desarrollo por la que todos hemos pasado y cuyo recuerdo inventamos-narramos constantemente, pero también la pienso como una geografía, como una zona en la que podemos situarnos. Es en este punto en el que la literatura puede ser absolutamente imprescindible, en tanto a través de sus tránsitos y flujos nos lleva a la experiencia de apertura de zonas nuevas.

Un fragmento de Alicia en el país de las maravillas:

«pero me pregunto a qué latitud o longitud habré llegado.

Alicia no tenía la menor idea de lo que era la latitud, ni tampoco la longitud, pero le pareció bien decir unas palabras tan bonitas e impresionantes. Enseguida volvió a empezar.

— ¡A lo mejor caigo a través de toda la tierra! ¡Qué divertido sería salir donde vive esta gente que anda cabeza abajo!»


Asombro y nominación, a la vuelta de cada página, algo del sentido de la vida se captura, a la vez que se abre un abismo insondable. ¿Qué haríamos sin la posibilidad de narrar la existencia? ¿en qué afuera absoluto de los nombres quedaríamos?

La narración que nos teje trae, también, la disrupción de lo nuevo, el acontecimiento de lo que no tiene nombre pero que hace temblar todos los nombres. Esta es la vida que respira por las letras, entre las letras, pues si de narrativas infantiles se trata, podemos pensar su especificidad a partir del concepto de natalidad acuñado por Hanna Arendt, quien postula que:

“ El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción a manera de recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar.”

Lo más potente de narrarnos y narrar el mundo, es esta capacidad de inventar, de hacer nacer algo nuevo. La geografía de lo infantil da lugar a la filosofía, y más aún, a la afirmación rotunda de la vida, en este punto hay que recordar a Nietzsche, para quien la infancia no es algo que se da en un pasado, sino más bien un lugar al que podemos llegar, si podemos transformar el espíritu. La infancia para Nietzsche es el resultado de un proceso en el que el espíritu se libera tanto de la carga del deber (representado por el camello), de las formaciones reactivas del NO (León) para llegar a una afirmación de la vida a través del niño.

“El niño es inocencia, olvido, un nuevo principio, un juego, una rueda que se pone en movimiento por sí misma, un echar a andar inicial, un santo decir «sí»: Para el juego del crear, hermanos, se requiere un santo decir «sí»: el espíritu quiere ahora hacer su propia voluntad; al retirarse del mundo, conquista ahora su propio mundo”[1]

Las narrativas infantiles, y los cuentos que los niños inventan, poseen esa fuerza, esa capacidad de desplegar la imaginación sin buscar justificaciones, desobedeciendo lúdicamente las reglas gramaticales. Los niños se dirigen hacia el absurdo, con tal de sentir el júbilo de saberse inventores.

En este tono, Gilles Deleuze dice sobre la escritura:

«Creo que uno escribe para que algo de la vida pase en uno. ¡Eso es! Y uno deviene algo; escribir es devenir. Pero es devenir lo que uno quiera, menos devenir escritor. Y es hacer todo lo que uno quiera, menos archivo.»[2]

(…. Y más adelante)

«devenir niño mediante la escritura, ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo, ésa es una tarea, son las tareas de la literatura»[3].

En la misma línea que Nietzsche, la infancia no es algo a lo que se acceda con el recuerdo, no está guardada en una fecha pasada en el calendario, todo lo contrario, la infancia es algo a lo que podemos llegar con la escritura como herramienta de devenir, punto a punto, suspiro a suspiro…

Había una vez, y otra, y otra, y otra…

Las narrativas dan sentido a los trayectos de vida, sin ellas no hay un yo que se constituya, ellas impulsan un sentido que oriente en nuestras vidas, un sentido narrado, que prolifera en cada renglón, polifónicamente.

La construcción de la subjetividad se realiza a través de la posibilidad de narrarnos y de ser narrados, la nominación establece las coordenadas que orientan la vida, sin embargo hay que tener en cuenta que allí en donde se nombra algo, allí también se delimitan las fronteras de lo inenarrable. Esto es lo peculiar, lo absolutamente rico y muchas veces movilizador que produce el territorio infantil que siempre nos enseña sobre lo que no logrará ser educado ni nombrado, y que más bien brinca, chilla, aúlla y estremece.

Los niños, los niños en sus preguntas y el enigma que representan para nosotros y para ellos mismo, nos mostrarán siempre el evento inesperado de un nuevo nacimiento, de aquello que llega al mundo sin nombre y sin codificaciones.

La relación entre narrativa e infancia produce tensiones poéticas que no deben caer en la ficción armoniosa de la buena educación y el control de la evaluación.

Es decir, la narrativa cumple la función de poner nombres allí donde no los había, pero a la vez, mantiene el borde de ese agujero siempre fecundo de lo que no lograra narrarse, la manera como cada uno de nosotros rodee ese agujero marcará nuestra singularidad, y es indispensable relacionarnos con los niños desde la escucha de esta singularidad, sin intentar, de ninguna manera, homogeneizarlos en un tratamiento estándar, en una educación estándar, que mate su diferencia.

 

Yo es Otro

Un ser humano llega al mundo, e inmediatamente es nombrado, narrado con los sueños y los deseos de los padres: “mi niña hermosa, de grande serás doctora” “pero si eres un campeón del futbol”

Sin la lengua del Otro que atraviese el cuerpo recién nacido no sería posible el advenimiento del sujeto, esa es nuestra herida fundamental, condenados a buscar ser narrados por el Otro, con la tarea de narrarnos a nosotros mismos (través del inconsciente, que es ese OTRO que llevamos dentro).

Esta es una trama poética que teje con los hilos del Otro un cuerpo singular, así, el “Yo es Otro” de Rimbaud cobra toda su fuerza. Yo soy, en tanto un otro me nombró… esas primeras “historias” pueden liberarse hasta metamorfosear sus letras para componer un nuevo relato gracias a la capacidad transformadora de la infancia.

Los niños, en el mejor de los casos, mantienen algo de ese territorio aun no nombrado, nos fascinan o perturban al presentarnos eso que en los adultos se enterró bajo los códigos, la adaptación, los mandatos con los que vamos “creciendo” para ser “normales”

Un sujeto, sujetado al lenguaje, termina siempre encontrándose con el límite en su decir, tartamudea, calla, no encuentra las palabras: lapsus, olvido, imposibilidad que… deviene literatura.

Entonces, ubiquemos los agujeros, toda trama tiene agujeros, y es aquí en donde me parece que la narrativa abre su potencia. La narrativa es un devenir infinito que en la medida que avanza crea nuevos inicios, es un tránsito, un proceso, un estar-siendo…

Los cuentos para niños permiten romper las murallas de la sobre-codificación y abrir la imaginación, acompañar los sueños y sostener lo traumático que trae la vida.

La narrativa infantil puede “velar” los sueños de los niños, devolviendo la trama simbólica a ese “recién llegado a un mundo” cuya trama simbólica-narrativa está bastante rasgada y deteriorada a causa de la proliferación salvaje de cuentos mediáticos con su alto componente de control social.

Se trata pues de velar sin taponar, cubrir y acariciar sin ahogar.

Inventar una nueva lengua.

 

Narrativas

 

¿Pero de qué narrativa hablamos cuando nos referimos a la creación de una subjetividad? Hay que tener cierta sospecha y cuidado para estar al tanto de esas otras narrativas contemporáneas absorbidas por el mercado, pues estamos en el terreno de encuentro entre el Otro que nomina y el que es nominado, y en esta ceremonia de los nombres y sus agujeros, muchas cosas pueden pasar.

Vamos a pensar en las narrativas como aquellos discursos que atraviesan los cuerpos para ejercer sobre ellos algún tipo de control subjetivo:

Los medios, los mandatos edulcorados con su empuje a la felicidad light, la evaluación cada vez más “eficiente” y brutal que se ejerce frente a cada a-normalidad. Los niños llamados: hiperactivos, con déficit de atención, deprimidos, adictos al juego, víctimas o victimarios de bulling, etc.

Las narrativas infantiles son entonces una manera de resistir a través del mismo lenguaje, a esos otros discursos codificadores que fabulan con los niños en tanto proyecciones de los adultos. Las narrativas infantiles hacen uso de esos mismos hilos para destejer, y volver a tramar la zona de lo nuevo y mantener la posibilidad de nacer como acto político.

Los niños son sometidos a los más férreos controles, en tanto amenazan con una pregunta naciente o con ese gesto que no podemos comprender. Nos deconstruyen el mundo, y sus supuestos.

El país de las maravillas es el país de lo impensable, y Alicia, a pesar de las clasificaciones actuales, nunca será vista como una niña hiperactiva:

«Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.

Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.

O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque Alicia, mientras

descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada. Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos”.

 

Alicia cae en un pozo, se metamorfosea, las cosas estallan, los sentidos se multiplican hasta el absurdo, Alicia cae,

Pero, como dice Deleuze:

«Alicia conquista progresivamente las superficies. Emerge o vuelve a subir a la superficie. Crea superficies. Los movimientos de hundimiento y de enterramiento dejan paso a ligeros movimientos laterales de deslizamiento; los animales de las profundidades se vuelven figuras de naipes sin espesor. (…)

Puros acontecimientos escapan de los estados de cosas. Uno ya no se hunde hasta el fondo, sino que acaba pasando al otro lado a fuerza de deslizarse, haciendo como los zurdos e invirtiendo el derecho y el revés.»[4]

 

Los niños nos llevan al otro lado del espejo, más allá del reconocimiento narcisista de “lo mismo”, hacia el lugar de lo desconocido.

Tomo de la mano a Alicia, para transitar con ella ese territorio infantil donde todo está en devenir y, no sin angustia, ser Otra, naciendo y muriendo en cada “érase una vez”. Los cuentos nos dan la posibilidad de cobijar las turbulencias de “los cuerpos que devoran cuerpos”, de las brujas malas, los gigantes que matan niños, los niños que se convierten en muñecos de madera, y la envidia, la sexualidad, la rivalidad, etc.

Se puede pensar una narrativa que brinde soporte imaginario para identificarse con los buenos, los malos, etc.. pero que tenga como condición principal abrir líneas de fuga que nos lleven al otro lado del espejo, para ser conscientes que aquello imposible que nos atraviesa como seres hablantes, es a su vez, nuestra posibilidad de invención.

 

La subjetividad no-toda narrada

A mi modo de ver, las narrativas infantiles no están al servicio de producir una subjetividad cerrada, sino su tarea fundamental es producir movimientos, tránsitos, devenires, de tal forma que la infancia mantenga su lugar disruptivo, su apertura a lo nuevo, sin clausurarla en los significados, las clasificaciones o peor aun, los diagnósticos. Las narrativas dan sentido mientras van rodeando ese agujero que nos habita, sin taponarlo, de tal manera que la invención sea posible. Así, entre el sentido y el absurdo, jugamos como niños inventando nombres, conquistando países, en un “nunca jamás” que nos señala que, si de vida se trata, lo imposible debe mantener su lugar central. Y que los niños, con su magia, están más cerca de muchos aspectos angustiosos que los adultos tapamos, como la crueldad, las metamorfosis del cuerpo, etc.

Cortazar es un ejemplo de escritor que explora muy bien su relación con la infancia y sus pasajes entre el terror y lo maravilloso, tanto en la literatura, como en la vida misma, a veces identificado con Peter Pan, solía contar que las mujeres terminaban siempre diciendo que su forma de ser era muchas veces la de un niño. En un texto llamado Lo gótico en los niños dice:

 “Creo que puede afirmarse sin temor a equivocarse que todo niño, excepto en los casos en que una educación implacable lo aísle a lo largo del camino, es esencialmente gótico, es decir que, debido no sólo a la ignorancia, sino sobre todo a la inocencia, el niño está abierto como una esponja a muchos aspectos de la realidad que después serán criticados o rechazados por la razón o el aparato lógico. […]

«El paso de lo simplemente ‘maravilloso’, tal como aparece en los cuentos de hadas que un niño acepta en su más tierna infancia, a lo que se denomina ‘misterioso’, sólo se produce al final de un largo proceso de maduración. Para mí, al principio, lo fantástico era causa incesante de miedo mucho más que de portento. Mi casa, para empezar, ya era un decorado típicamente gótico, no sólo por su arquitectura, sino por la acumulación de terrores nacidos de objetos y creencias, de los pasillos tenebrosos y de las conversaciones de sobremesa de los adultos. Eran éstos gentes sencillas cuyas lecturas y supersticiones impregnaban una mal definida realidad y así, desde mi más tierna infancia, supe que cuando había luna llena salía el hombre lobo, que la mandrágora era una planta mortal, que en los cementerios ocurrían cosas horribles y horrorosas, que el pelo y las uñas de los muertos crecían interminablemente y que en nuestra casa había un sótano al que nadie se atrevía a bajar jamás.”[5]

 Albergar narrativamente los matices, tensiones y contradicciones de la existencia es posible en la medida en que permitamos un encuentro con la palabra que abra nuevos surcos, y que no se cierre sobre significados y letra muerta. Las narrativas infantiles son un campo que produce vacíos, para que en ellos dancen los sentidos, en una subversión que pone al revés los lugares comunes.

 

En contraposición con el acento que le vengo dando al carácter de novedad e invención en la infancia, podemos encontrar también la manera repetitiva que tienen los niños de relacionarse con los cuentos. Sucede que hay historias repetidas casi como mantras: “mamá, me vuelves a contar ese cuento del….”   -Pero si ya lo sabes de memoria, -no, no importa, cuéntamelo por favor. Y se reinicia el mantra, la canción de cuna que garantiza que hay algo que se repite, por siempre jamás, un retorno del mismo cuento. Como dije al comienzo de este texto, los niños nos muestran la eterna repetición de la diferencia, pues es en la repetición misma en la que aparece lo nuevo y diferente. No nos dejemos engañar por los momentos repetitivos o aburridos, en ellos surgirá, cuando menos lo esperemos, la apertura hacia ese otro lado del espejo.

Pues resulta que así es la vida, y los niños lo saben intuitivamente, hay algo nuestro, muy singular, que se repetirá en una historia sin fin, podemos llamarlo nuestro síntoma fundamental, con el cual labraremos nuestra singularidad, y paradójicamente, nacerá lo nuevo que podamos traer al mundo.

Fernando Pessoa, a través de su heterónimo Alberto Caeiro tiene un poema llamado El guardador de Rebaños, que es un canto hermoso a la infancia, pensada en los términos nietzscheanos que comenté anteriormente:

“El Niño Nuevo habita donde vivo,

y una mano me la da a mí

y la otra a todo cuanto existe

(…)

«Mi mirar es nítido como un girasol

Tengo la costumbre de andar por los caminos

Mirando a la derecha y a la izquierda,

Y de vez en cuando para atrás…

Y lo que veo a cada momento

Es aquello que nunca antes había visto,

Y me doy cuenta muy bien…

Sé tener el asombro esencial

Que tendría un niño si al nacer,

Advirtiese que nació de veras

A cada momento me siento nacido,

A la eterna novedad del mundo…

 

_________________

 

[1] Nietzsche, F; Así habló Zaratustra

[2] El Abecedario de Gilles Deleuze (con Claire Parnet, realizado por Pierre-André Boutrang), DVD, 2005. (E de enfance).

[3] Ibid.

[4] Deleuze, Gilles; Crítica y clínica

[5] Cortázar, Julio; El estado actual de la narrativa en Hispanoamérica, en Obra crítica/3, Buenos Aires, Alfaguara, 1994

 

 * Trabajo presentado en el I Festival del Libro Infantil y Juvenil, en la mesa redonda: “El papel que juegan las narrativas infantiles en la construcción de la subjetividad y conquista de la identidad en el niño”

 

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Devenir-niño
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Trabajo presentado en el I Festival del Libro Infantil y Juvenil, en la mesa redonda: “El papel que juegan las narrativas infantiles en la construcción de la subjetividad y conquista de la identidad en el niño”
El arte y el diván
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