Tratando de articular algunas ideas en relación al tiempo, la memoria y la imagen, en estos días he atravesado por lagunas, olvidos y cegueras; con lo cual, la experiencia paradójica del tiempo tomo carne en la escritura.
No puedo dejar de pensar en el trabajo del duelo que podríamos colocar como eje de la vida misma, ya que la vida en tanto recorrido temporal, es pérdida y ganancia continua. Los días se van, nos despedimos en los últimos destellos de luz, en ese claro oscuro, anaranjado que tanto nos enamora y que envuelve la pérdida de un día irrepetible. Ese día irrepetible, se repite todos los días, es decir, se repite la diferencia, lo singular, lo inédito. Eso que hoy ya “no es” atraviesa las pérdidas pasadas, otorgándoles consistencia, sin embargo.
Recuerdo una fresa de Walter Benjamin, en relación a la obra de Proust: “el recuerdo es el pliegue y el olvido la urdimbre”, la primera vez que la leí me impresionó en su capacidad de mostrar ese tejido paradójico del tiempo, con agujeros entre puntada y puntada. No hay totalidad en el recuerdo, éste nunca es pleno ni recuperable, más bien diría que aquello que constituye el recuerdo es un vacío, a veces fecundo.
En Mnemotecnia nos encontramos con fragmentos de tiempo, para, como dice el artista “crear mediante superposiciones nuevos órdenes del recuerdo”. De arranque Sebastian Nieto subvierte la línea cronológica del tiempo colocando el pasado como algo a construir en un futuro, esta aproximación al tiempo como “futuro anterior” rompe cualquier linealidad para colocar al sujeto temporal siempre construido retroactivamente. Lacan dice sobre este futuro anterior lo siguiente:
«Lo que se realiza en mi historia no es el Pretérito definido (en el sentido de lo que fue), no es Perfecto, no es lo que he sido en lo que yo soy, es Futuro Anterior, es lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser[1]
Esta subversión temporal la encontramos en el trabajo de Sebastián Nieto, quien nos muestra la arquitectura de un tiempo no lineal ni cronológico (aunque la cronología no está del todo fuera) sino más bien un tiempo retroactivo, construido a partir de la un ordenamiento de restos de memoria.
Kronos ha cedido su lugar a Kairos, ese dios menor que nos muestra, un instante, una apertura a otra lógica que no es la de la duración, sino la del acontecimiento que subvierte a Kronos, desestabilizando la predicción de la supuesta estabilidad lineal.
El olvido amenaza, intentamos retener algo en la memoria pero las imágenes se nos escapan de las manos, de las pupilas, de la piel; paradójicamente me doy cuenta que cuando no intento atraparlas ellas aparecen intempestivas, me asaltan en sueños, al doblar una esquina cualquiera, de un día cualquiera, se me aparecen, allí están, nítidas e intensas, busco mirarlas de frente y al hacerlo desaparecen. El recuerdo no retorna de frente, el recuerdo es aquello que surge en los agujeros de la memoria consciente, como restos imaginarios, como trozos de alguna fotografía que solo se hace visible de reojo. Mirando al sesgo resuena lo perdido[2].
¿Cómo es que se recupera lo perdido? ¿qué es lo que se recupera? será que lo que se recupera no es el objeto perdido, sino más bien aquello que ese objeto perdido dejó como estela lanzándonos hacia el transcurrir de nuestros deseos y nuestra creación. Como en el caso de Proust, el recuerdo que suscita la magdalena le hace posible recuperar el Tiempo mismo, pues como dice Benjamin: «para el autor reminiscente el papel capital no lo desempeña lo que él haya vivido, sino el tejido de su recuerdo»[3]
Las seis imágenes que componen Mnemotecnia dan cuenta de un reordenamiento de fragmentos para realizar otra escritura del tiempo, o a la manera de Proust “una búsqueda del tiempo perdido”. Cuando decimos tiempo perdido, cuando luchamos por archivar lo vivido y revivir las escenas del pasado, no estamos más bien, en lo profundo, atravesados por la perdida misma, por nuestra condición de seres evanescente, fragmentados. Los autores reminiscentes nos traen una pérdida para a partir de ella hacer circular los restos supervivientes.
Es necesario buscar lo perdido, crear un olvido para que aparezca el movimiento que intente inscribir algo en ese agujero en la memoria. Ese movimiento que rodea lo imposible de recordar-nombrar-imaginar es la obra misma. Ese agujero en la representación que hace estallar una multiplicidad de sentidos.
Lo heterogéneo se abre paso, entonces, en la obra, marcando líneas de fuga e intervalos; la memoria fuga en esas líneas hacia esas dos eternidades de las que hablaba Nietzsche: el pasado y el futuro, que se cruzan en un portal llamado instante.
Dice Nietzsche en el Zaratustra:
“¡Mira ese portón! ¡Enano!, tiene dos caras. Dos caminos convergen aquí; nadie los ha recorrido aún hasta su final.
Esa larga calle hacia atrás dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante es otra eternidad.
Se contraponen esos caminos; chocan derechamente de cabeza, y aquí, en este portón, es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: «Instante».”[4]
Un instante, la memoria retorna intempestiva destruyendo sentidos, para adquirir nuevos. Un acto de apertura hacia lo Otro, lo extraño mora en el Álbum Familiar. El tiempo no es una línea homogénea, unidimensional recorrida, igualmente, por un sujeto compacto y sin fisuras. Desde el punto de vista de tratamiento temporal podríamos pensar la obra de Nieto de la misma manera que una sesión psicoanalítica, esto es: revertir el tiempo y construirlo lógicamente a partir de la trama de restos mnémicos.
Tenemos, entonces, dos líneas temporales y un portal:
1.- una línea que avanza hacia el futuro, que supone un proyecto, el cálculo, la predicción, la espera.
2.- Una línea que va del futuro hacia el pasado, constituyendo un tiempo retroactivo
3.- El instante: como aquello que introduce lo discontinuo, la irrupción de algo que escapa de una lógica causal, aquello que no entra en las conexiones y el cálculo y que por lo tanto nos puede angustiar y/o abrir a la creatividad.
Este instante, como tiempo del acontecimiento y como puerta, sería un lugar vacío que sin embargo potencia que algo se concrete, que el tiempo tome cuerpo. Es en el cuerpo donde se anuda las huellas de la memoria con el éxtasis gozoso, el lugar donde la memoria recorta sus pretensiones absolutas para alojarse en los pliegues de la carne.
El trabajo del inconsciente, esto es: lapsus, sueños, síntomas, muestra bloques de tiempo, grietas en el presente lineal que dejan en la superficie un atlas de acontecimientos que se hilvana de una manera u otra bajo los efectos de nuevas construcciones significantes.
Dice Didi-Huberman:
“Las líneas, los movimientos, los vínculos, las direcciones, todo se desgarra en intervalos, grietas, deslizamientos del terreno. El resultado son anacronismos, desfases, latencias, retrasos, destiempo. (…) El tiempo no se limita a fluir: trabaja. Se construye y se derrumba, se pulveriza y se metamorfosea. Se desliza, cae y renace. Se entierra y resurge. Se descompone y se recompone: en otras partes o de otro modo, en tensiones o en latencias, en polaridades o en ambivalencias, en tiempos musicales o en contratiempos.” [5]
El tiempo, con su duración, su instante y su intervalo, coloca al sujeto de cara a lo intempestivo de la existencia. La temporalidad lineal, que recorre días controlados hacia un futuro imaginado respondería a una mirada totalizante de la historia. La temporalidad entendida de manera retroactiva nos coloca frente a diversos pasados, con lo cual cada nuevo acontecimiento resitúa lo vivido, entonces la unidad del yo se multiplica, las imágenes que componen nuestro mapa mnémico resultan frágiles, intermitentes; vacilando entre oscuridad y luz, muestran con sus pequeños destellos una apertura, nunca completa, siempre evanescente. La cámara captura un instante, la mirada recorta la escena. Tiempo de pérdida y… recuperación.
Eva Lootz me enseñó su «método del rabillo del ojo», que implica una clara posición de «desconfianza de lo frontal». Cito uno de los fragmentos de su libro «Lo visible es un metal inestable»
Mirar por el rabillo del ojo.
En la periferia del ojo se encienden los fuegos nuevos.
Por las zonas fuera de foco entra lo que no tiene nombre.
En la periferia del ojo hay cuerpos suspendidos que desaparecen si los tratas de enfocar.
Por el rabillo del ojo se ve lo que está a punto de aparecer.
En el rabillo del ojo es donde no hay centinelas.
En el rabillo del ojo es donde somos más vulnerables.
Desde el rabillo del ojo se renueva el mundo.
La imagen no frontal nos lleva a una “historia” no lineal, pero si libidinal, hay cosas que solo se captan si se les mira de reojo, si aceptamos ese corte, hay una pérdida… de visión que es la condición para que la mirada se dirija hacia lo irrepresentable sin estallar, solo desde el borde.
Una vez más, Pizarnik, se cuela en mis textos:
La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.
Mirando de reojo accedemos a otra temporalidad, borrosa, intersticial, como bien lo muestra esta obra que hoy nos convoca. Sebastian Nieto apela hacia una mirada no frontal, hacia un sesgo y hacia la recuperación de imágenes supervivientes que no representan la historia entendida como unidad articulada, sino como atravesada por disrupciones. Las imágenes montadas fragmentariamente muestran la prevalencia de los restos, alejándonos de los grandes relatos y de las imágenes que por su brillo llaman nuestra atención, exigiendo protagonismo. Todo lo contrario, estamos ante lo que podría pasar desapercibido, aquello que quedó como residuo a partir del cual no solamente reordenar el tiempo, sino lo que considero más interesante, hacer evidente la textura discontinua del tiempo.
Situarnos en este borde, sabiendo que lo que tenemos son restos evanescentes, es también algo que atañe directamente al psicoanálisis y a su relación con el sujeto, en tanto sujeto del inconsciente, entendido a partir de su relación con el deseo y sus huellas que devienen causa de movimiento futuro, conocer sobre el pasado es en realidad localizar esos restos y el trayecto libidinal que causan, pues en la lógica del lo inconsciente el conocimiento sólo se logra desde aquello que, en su ocultamiento, revela a un sujeto siempre habitado por un vacío y por una contradicción, capaz de crear la específica singularidad que lo apartará de ser una cosa producida en serie por la sociedad.
Como consecuencia de estas operaciones nos encontramos con un cierto borramiento del yo, así, el sujeto que mira encuentra el vacío, la imagen cede, la representación desfallece. Luego de atravesada la pérdida un nuevo comienzo es posible, aunque los surcos marquen un recorrido indeleble.
¿y si toda esta operación reminiscente es una forma de olvido?
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[1] Lacan, J., Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje
[2] Cfr. Lootz, Eva; Lo visible es un metal inestable. Ed. Árdora. Madrid 2007.
[3] Walter Benjamin, Una imagen de Proust, Madrid, Taurus, 1980
[4] Nietzsche, F,; Así habló Zaratustra. Ed. Alianza, Madrid
[5] Didi-Huberman; la imagen superviviente, p- 288
* Fragmento del texto escrito para el conversatorio «Memoria y fotografía» a propósito de la exhibición: Mnemotecnia, de Sebastián Nieto