El objetivo de este trabajo es realizar, a partir del análisis del cuadro “Las Meninas”, una serie de reflexiones, que tomarán como referente esta pintura para, a partir de ella, recorrer un itinerario desde el pensamiento de Foucault hasta el psicoanalítico.

Las Meninas es un cuadro enigmático y desafiante en relación al problema de la representación debido a que nos plantea la dialéctica de las relaciones del signo con la cosa. Para Foucault se trata de una pintura epistemológica ya que en ella vemos reflejada la idea de representación “clásica”1. Sin embargo, dentro de esta lógica de representación, se abre un vacío esencial, que analizaremos más delante, ya que el Sujeto queda suprimido (suprimido en tanto Sujeto soberano y auto-trasparente, al modo cartesiano). Así, dice Foucault, la representación queda libre de esta relación que la encadenaba y puede darse como pura representación.

Pura representación o, representación de representación, (ya que tenemos un cuadro dentro de un cuadro) cómo una lógica de significantes que remiten a otros significantes, sin llegar nunca a un significado concreto.

La perspectiva como elemento estructural

Se dan “dos escenas”: una interior, que es la pintura misma que observamos y, otra exterior, que es la que los personajes del cuadro miran y que podríamos ubicar del lado de nosotros como espectadores. Entre estas dos escenas se da un movimiento reversible, que hace que las relacionemos como una “cinta de Moebius pictórica”. También notamos que entre las dos escenas cruzan líneas que atraviesan la densidad de la pintura, sobrepasándola.

Toda la argumentación de Foucault se sostiene en el eje de la perspectiva. Aquí lo curioso es que un importante aspecto de esta perspectiva es invisible pues tiene su origen en el punto donde convergen todas las miradas dirigidas hacía fuera del cuadro. Foucault desenvuelve su análisis a partir del hecho de que este punto a la vez que es “uno” es “triple”, ya que está compartido por los reyes, por el pintor de “Las Meninas” y por nosotros los espectadores.

Así vemos que el punto de proyección es una unidad y una triplicidad a la vez. Es en esto en donde reside su fascinación y misterio, en la unidad de esa trinidad y en la trinidad de esa unidad.

Yasumasa Morimura

 

Foucault nos muestra una serie de paradojas fundamentales, como por ejemplo, el hecho de que la fuerza de esta Obra Maestra, resida en su elemento exterior. Podemos reflexionar aquí acerca de la pregunta sobre ¿qué es lo que otorga el sentido a una escena? Foucault nos sugiere que existe un elemento que se encuentra, siguiendo la lógica de Moebius, adentro y afuera (adentro en el reflejo y en el punto externo del cuadro) y que este elemento, en tanto está ejerciendo fuerza desde afuera, es el que organiza toda la escena y le da sentido.

La escena

El cuadro nos muestra a un Velázquez en su taller realizando una pintura que tiene a su modelo afuera del mismo cuadro. Al lado de él una serie de personajes: La infanta Margarita, dos meninas, dos enanos, un perro, una Señora de Honor con el Guardadamas al costado, un personaje enigmático al fondo en un punto luminoso de fuga y, finalmente un espejo que refleja a la pareja real.

Entremos a la escena,  y empecemos por el mismo Velázquez  representado en la pintura. De esta manera observamos que contiene por el sistema de luces, dos aspectos: luz y sombra, visible e invisible .

Este personaje representa para Foucault la mediación entre lo visible y lo invisible, ya que encontramos que su cuerpo esta compuesto por luz y sombra, y que su ubicación espacial sugiere el movimiento de adentro hacia fuera del lienzo (con lo cual pasaría de ser visible a ser invisible para nosotros). Cuando el lienzo se le hace visible plenamente y sin sombras, el pintor se nos hace invisible a nosotros y viceversa. Por ejemplo, si el pintor representado encuentra la luz en su cuadro, el pintor real (el de fuera del cuadro) encuentra la sombra de la representación.  Como si “el pintor no pudiera ser visto a la vez sobre el cuadro en el que se le representa y ver aquel en el que se ocupa de representar algo”[1].

Por otro lado, la escena que observa el pintor (y casi todos los demás personajes) es doblemente inaccesible para nosotros, ya que se encuentra en el “afuera” del cuadro real y en el “revés” del cuadro representado, quedándonos solo un tenue reflejo, al fondo de la habitación (los reyes representados en el espejo) que insinúa y representa la representación. Este espejo, que es la única representación visible en el cuadro, es sin embargo, invisible para el grupo de personajes que le niegan la mirada dándole la espalda. El espejo es “sólo visibilidad, pero sin ninguna mirada que pueda apoderarse de ella, hacerla actual y gozar del fruto, maduro de pronto, de su espectáculo”[2]. A su vez, este espejo “no refleja nada de todo lo que se encuentra en el mismo espacio que él: ni al pintor que le vuelve la espalda, ni a los personajes del centro de la habitación. En su clara profundidad, no ve lo visible”[3]

Y es aquí, en donde irrumpen las preguntas: ¿Qué es lo que realmente está mirando el pintor? ¿qué es lo que pretende al colocar al espectador en el campo de su visión?, respecto a esto último Foucault dirá que “los ojos del pintor lo apresan, lo obligan a entrar en el cuadro, le asignan un lugar a la vez privilegiado y obligatorio, le toman su especie luminosa y visible y la proyectan sobre la superficie inaccesible de la tela”[4].

Una y otra vez, el cuadro nos tiende trampas, nos introduce en él, nos borra los límites entre el adentro y el afuera, nos hace estallar en la imposibilidad de llegar a conocer la representación representada en el mismo cuadro (en el lienzo), nos descentra y juega con un Yo que deviene siempre Otro.

Juego de duplicaciones, miradas y reflejos. Vemos que el pintor es una figura que se duplica. Por otro lado vemos que fuera del cuadro se encuentran, la pareja real y al mismo tiempo, nosotros, los espectadores. Y finalmente dicha pareja real se encuentra “afuera” del cuadro, en el “revés” del lienzo y en el “reflejo” del espejo.

Hasta aquí vemos, entonces, que quedan planteadas las ideas de:

-Exterioridad-interioridad

-Reflejo

-Revés

-El sujeto y el Otro

El cuadro tiene como centro este espejo, que cumple una fundamental posición porque a primera vista nos está colocando dentro del cuadro y, al mismo tiempo, en la posición del rey. Nos deja con un inquietante descentramiento de nuestra subjetividad, ya que podríamos decir al mirar el espejo frente a nuestros ojos: “Yo soy un Otro”, ¿el rey? ¿un reflejo? ¿una pareja? ¿un vacío?

Foucault nos esta mostrando una imposibilidad abriendo la representación y planteando que entre la mirada y la realidad se abre una grieta; que entre el objeto y su representación hay un quiebre en donde aparece el sujeto en su calidad de extraño e inaccesible.

Al fondo, al lado de este espejo y, también irrumpiendo de entre la sombra, vemos una puerta que nos muestra un corredor iluminado. En el umbral, como quien se marcha de la habitación, un hombre de costado, con un pie en un escalón y el otro en el siguiente, en un movimiento que nos sugiere una ida y vuelta, una indeterminación entre el estar adentro o el estar afuera. Un símbolo más de esta artimaña en el manejo del espacio y de los agujeros que nos lanzan al afuera del cuadro.

Este personaje tiene la posibilidad de abarcar con su mirada todo el ambiente y, así como el espejo, mira sin ser mirado, esta adentro de la representación pero a su vez, saliendo.

El oscuro objeto de la mirada

Podríamos decir que este es un cuadro de “miradas” que sin embargo nunca se encuentran entre sí (ya hemos visto que este es un cuadro de imposibilidades). Ninguna mirada (excepto la de la menina arrodillada) fija nada. Todas estas miradas están perdidas sobre algún punto invisible.

Si es la mirada la que se encuentra perdida, es tal vez, porque lo que no queda claro es quien es ese “otro” a quien ella se dirige. Este es un punto importante que quiero señalar, porque a mi modo de ver, lo que aquí podemos encontrar es la problemática de la alteridad, de poder reconocer a otro o, a lo Otro.

Jugando con la idea de los dos niveles escénicos, antes mencionados, podemos situar la problemática del “Otro”[5]. Así, desde una perspectiva externa, es el otro sujeto el que deviene oscuro ante nuestra mirada y, apelando a Lacan, podríamos agregar que lo que se nos escapa es el “deseo del Otro”, ese deseo que nos entrampa en el espejo y en una búsqueda imposible. Por otro lado, desde una perspectiva interna, lo que queda bajo la sombra es el propio yo, que ahora ve en sí mismo a un otro, con lo cual el sujeto queda situado en el lugar de la extrañeza.

Ahora bien, es importante señalar que si bien he apelado a estas dos escena para conceptualizar dos modos de ver y de relación, de ninguna manera debemos pensar que estos espacios, interno y externo, estén delimitados de una manera radical. Todo lo contrario, la línea que los separa es brumosa y reversible. Como nos lo sugiere el cuadro, al tener como signos fundamentales un espejo, un lienzo del que vemos solo su revés y la continuación del cuadro en el afuera.

Pensando psicoanaliticamente vemos que cuando el sujeto intenta encontrarse lo que realmente encuentra es a un otro que a su vez se le escapa. Esto está relacionado con que lo que determina la constitución de la subjetividad es, según Lacan, la “mirada del Otro” o más precisamente “el deseo del Otro” que puede expresarse a través de una mirada libidinal. Pero, si finalmente nos encontramos con el concepto de deseo como eje de este juego, podemos justificar el por qué ese otro que nos constituye a la vez se nos escapa, ya que en la lógica del deseo, el objeto siempre es inalcanzable, como condición de posibilidad de seguir deseando.

De esto anterior se puede desprender la necesidad, a la que nos obliga el cuadro, de preguntarnos: ¿QUÉ HACE EL PINTOR? ¿QUÉ PINTA? esta pregunta sobre lo que quiso hacer el pintor nos lleva a la pregunta sobre el deseo del Otro, por lo tanto a la conclusión de que lo que deseamos saber es el deseo del Otro.

 

La realeza disuelta ante una duda que brilla en los ojos de una princesa

En el centro del cuadro un espejo con el reflejo de los reyes, debajo de este espejo y en un plano anterior, la hija de los reyes, una niña totalmente iluminada por la luz que entra desde la ventana lateral. No es casual la ubicación central de estos dos elementos (el espejo y la princesa) y la línea imaginaria que al atravesarlos nos lleva fuera del cuadro al lugar donde están ubicados los reyes representados.

El reflejo de los reyes (que enmarca los signos de la realeza) en su visibilidad, es lo mas pálido e irreal de la pintura. Encontramos aquí una paradoja, a saber, que lo que se nos presenta en el adentro del cuadro y que se nos hace visible es, a su vez “la forma más frágil y alejada de la realidad. A la inversa, en la medida en que, residiendo fuera del cuadro, están retirados en una invisibilidad esencial, ordenan en torno suyo todo la representación”[6].

Por otro lado, analizamos la figura de la princesa, como eje atrayente de la mirada. Para Lacan, esta infanta representa la fascinación que despierta encontrarnos con una mirada que contiene el brillo de tener en ella captada la imagen “real” y ser a su vez ella misma objeto de admiración. Esta niña representaría el paraíso perdido de la infancia con todo lo que ella tiene de fantasmático, a saber, la negación de la falta.

Si volvemos a la imagen de la pintura, tenemos entonces estos dos centros: El espejo y la princesa, el primero representaría la angustia ante un saber inalcanzable, puesto que nunca accederemos a la verdad de esa representación. Es por lo tanto, la imagen de “Lo Imposible” que está en la base misma del sujeto y de la captación de la realidad. El segundo centro, la princesa, estaría contestando al reflejo, afirmando, que sí es posible obtener la luz de una mirada completa y “real”.

 

 

[1] Foucault, Michel; las palabras y las cosas; ed. S. XXI, México 1996, p.13

[2] Ibid., p. 17

[3] Ibid. p.17

[4] Ibid. p.15.

[5] Aquí “interno y externo” estarán referidos en relación al Yo y no al cuadro que estamos analizando con sus escenas de adentro y afuera.

[6] Foucault, M. Las palabras y las cosas, pag. 23

 

Summary
La escena en Las Meninas de Velázquez
La escena en Las Meninas de Velázquez
El objetivo de este trabajo es realizar, a partir del análisis del cuadro “Las Meninas”, una serie de reflexiones, que tomarán como referente esta pintura para, a partir de ella, recorrer un itinerario desde el pensamiento de Foucault hasta el psicoanalítico.