En este texto comentaré el proceso creativo del collage desde mi experiencia personal, articulándolo al psicoanálisis y la estética. Me propongo rescatar el valor potencial y constructor de significantes de esta técnica a través de tres ejemplos concretos.
Dialogar con las imágenes, en la misma dinámica de la asociación libre, es un ejercicio liberador y potente con alto significado personal. Ocurre por lo tanto, como dice Georges Didi-Huberman, que “las imágenes tocan lo real” y “arden” en su contacto con la verdad. El collage, técnica creada por artistas vanguardistas y surrealistas, es una alternativa de construcción de imágenes que da como resultado un ensamblaje no convencional y unificado.
Recolectar imágenes, inventar escenarios ficticios y fantásticos es como subvertir el orden de lo real y darle un lugar a mis partes más desenfadadas e inasibles, aquellas que la palabra no alcanza. En otros, la poesía me sirve de inspiración para guiar el montaje. Así, se encuentran, las imágenes y las palabras -y me encuentro- tejiendo y construyendo una narrativa sin tiempo.
Al encuentro con las imágenes
Encontrar una imagen para iniciar un collage es colocarme en un estado de receptividad frente a diversos estímulos visuales. En este paso, privilegio las fotografías o imágenes de revistas antiguas y décadas pasadas. A través de las imágenes visito y recreo un tiempo que no es ni fue el mío. Este recorrido me coloca en una posición de búsqueda histórica, estética y retrospectiva. Me dejo llevar por un impulso de búsqueda “arqueológica” ligado a una memoria inconsciente que busca ser rememorada y materializada. No es casual que la selección de los insumos sean revistas y fotografías extraídas de lugares que funcionan como depósitos de ventas que otros han desechado. Tampoco, que muchas de las fascinantes fotografías, provengan de álbumes de propiedad de personas ausentes, cuyos familiares dejaron en el olvido. A pesar de ser de un tiempo cronológicamente ajeno, un aspecto de mí se siente familiarmente convocado a aquellas imágenes e ideas.
En el proceso inicial de hacer collage, la imagen escogida –y escondida- toma el lugar de un fragmento, un retazo o resto de algo sepultado en el pasado. En palabras de Didi-Huberman (2009) “La imagen es otra cosa que un simple corte practicado en el mundo de los aspectos visibles. Es una huella, un rastro, una traza visual del tiempo que quiso tocar, pero también de otros tiempos suplementarios […]. Es ceniza de varios braceros, más o menos caliente” (p. 9). La imagen contiene una doble paradoja: me es ajena pero al mismo tiempo me pertenece. Se me revela, me convoca y me comunica, como si fuera una “señal secreta” en ese saber mirarla. La imagen está viva y aparece sorpresivamente, como emergiendo desde ese “eterno retorno” como lo describió Freud. Así como la imagen aparece para revelar algo, al ser recortada y abstraída de su Gestalt, deja un espacio libre y en él, la sombra de su presencia en aquel escenario, su lugar y tiempo original.
La búsqueda de las imágenes es producto de una dialéctica entre lo exterior y lo íntimo. Así, la imagen se presenta como un objeto visual y un vestigio para mostrar una “exterioridad íntima”. La imagen se presenta como ese Otro que se ubica en el exterior pero que guarda una íntima ligazón con uno mismo. Así las fronteras entre el afuera y el adentro se diluyen, constituyendo una relación e intimidad con los significantes.
Composición, construcción y atemporalidad
Entre corte y corte experimento la fantasía e omnipotencia infantil análoga a la que se despliega en el juego del niño. Intervengo las imágenes, creando escenarios ficticios o perdidos que imagino que estoy controlando y construyendo. Transgredo el orden de la realidad y del tiempo. El proceso de sublimación está ligado a la búsqueda del tiempo perdido, transformándolo y reivindicándolo, rescatándolo del olvido y resignificando la nostalgia. Como menciona J. E. Milmaniene (2005), se reconstruyen las huellas de la pérdida que simbolizan “lo que no fue” o “lo que pudo haber sido”.
La creación del collage produce impresiones y expresiones de una dimensión sensible e íntima. Cumple la función de proveer bienestar y satisfacción, y de transformar lo inasible e innombrable en una nueva representación. Esto es posible porque la producción misma está liberada de exigencias y convenciones sociales, dando lugar a una circulación autónoma y genuina. Decantarán entonces en producciones cuya respuesta estética inevitablemente el espectador completará según su experiencia.
El proceso de transformación y la satisfacción creativa estaría ligado a concebir nuevos espacios y nuevas redes de representaciones. D. Gerber (2001) señala que para que un objeto se aproxime a la Cosa, en términos de Lacan, éste debe ser inédito, novedoso e irrepetible. Una creación artística es una construcción subjetiva y una interpretación del propio mundo interno. Como menciona Motta (2013) a propósito de la singularidad artística: “Toda obra de arte es una respuesta que la subjetividad del artista arroja al vacío, a lo invisible, a lo que a nadie antes se le ocurrió, a la alegría o al horror. Es, en ese sentido, la transfiguración de un lugar común. Un lugar inventado, nuevo” (p. 31).
La producción del collage manual posee condiciones y atributos que reivindican el valor del tiempo. Primero, porque supone una atención de una dimensión meditativa. Por otro lado, reivindica la imagen misma al rescatarla del olvido. En estos tiempos de sobresaturación de imágenes y de la primacía de la inmediatez, el collage artesanal sobrevive y nos recuerda la potencialidad de lo manual, de los pequeños grandes detalles y de la producción única e irrepetible. La no intervención digital y la prevalencia de lo artesanal, abraza las imperfecciones y las integra como parte de un todo. Así, el collage también se presenta como una forma de reparar, reconstruir y transformar.
En el acto de componer un nuevo montaje, el tiempo se suspende y circula a un ritmo particular, contraponiéndose al acelerado transcurrir de lo cotidiano. Se crea un tiempo de devenir placentero, como el “espacio transicional” de Winnicott, enalteciendo la capacidad de estar solos y el juego. La función constructora y artesanal del collage es en sí misma terapéutica y sanadora. En ese sentido, comparte algunas características del trabajo psicoanalítico. Ambos buscan construir nuevos sentidos a partir de hilvanar fragmentos de la historia para dar lugar a lo novedoso y creativo. Hay en ambos, un proceso único que surge de cada encuentro humano con las respectivas imágenes o interpretaciones. Las imágenes fluyen y atraviesan la sensorialidad, se van concatenando entre ellas de manera similar a la asociación libre, creando un tejido y una red de representaciones.
Pienso que es propicio referirme a tres imágenes. Aunque son collages distintos hay elementos comunes ligados al pasado, a la añoranza, a la búsqueda y a las pérdidas. Las imágenes en blanco y negro remiten a un tiempo lejano y sugieren una nostalgia de lo que ya no está más. Las alternancias presencia-ausencia y pasado- presente se aúnan y se articulan, se funden y confunden. Es el retorno de lo sublime o lo reprimido que se devela en una imagen totalizante. Por otro lado, está la prevalencia y el protagonismo de lo femenino. Mujeres portadoras de una historia que buscan rememorar y soñar, abiertas al mundo, a la vida y al amor.
«Puerto Supe” (poema de Blanca Varela).
Una mujer de los años 50s me convoca, tiene un aire fresco, romántico y nostálgico a la vez. Me apropio de su imagen e inspirada por el poderoso y declarativo inicio del poema de Blanca Varela: “Está mi infancia en esta costa”, busco imágenes complementarias. Me adueño también de esa primera frase que comparto con la autora por el coincidente lazo que nos une a la costa y porque, luego de haber visitado Supe, tiene doble sentido. Blanca también se llama mi tía materna, co-participante de mi crianza y culpable de mi romanticismo anacrónico y amor a las flores.
“Tú estás por encima del infinito mar”
Un bebé en la calma de los brazos de su madre me evoca una perfecta conjunción. Los abstraigo de un lugar común para recrear imágenes de ensueño y pasajes oníricos. Un globo aerostático y el mar infinito. Ambos, madre y bebé se encuentran en la infinitud y comparten la “sensación oceánica” de ser uno. Por delante, un niño abierto al mundo, abraza un globo terráqueo, y con él también la añoranza del objeto perdido. Ambos tiempos –pasado y presente- y escenarios se yuxtaponen para ser uno solo.
«Sobreviviente de la catástrofe del amor”
Mujer de tierra y de raíces, una kamikaze en el amor, una sobreviviente de la catástrofe amorosa. Detrás de ella un aviador fugitivo, indómito y esquivo, un hombre del aire. Desencuentros. Un amor muerto, aniquilado y sepultado, pero su corazón late todavía. Está viva, reconstruyendo sus fragmentos y restaurando sus fisuras. Y se repite a modo de invocación: “algún día encontrarás un amor a la altura de tu inocencia”.
Links del proyecto:
Bibliografía:
DIDI-HUBERMAN, George (2009). Cuando las imágenes tocan lo real.
DIDI-HUBERMAN, George (2013). La imagen superviviente En: Remolinos, repeticiones, rechazos y destiempos. Madrid: Abada Editores, pp.284-301.
DIDI-HUBERMAN, George (1997) Lo que vemos, lo que nos mira En: La ineluctable escisión de ver. Bs. As: Manantial, pp. 13-18.
GERBER, Daniel (2001). Sublimación y creación. Revista electrónica Acheronta. Recuperado de: http://www.acheronta.org/acheronta14/creacion.htm
MILMANIENE, José (2005). El tiempo del sujeto. Bs.As: Biblos, pp.99-113.
MOTTA, Carlos Gustavo (2013). Las películas que Lacan vio y aplicó al psicoanálisis. Bs.As.: Paidós, pp. 15-33.