“Desde el primer momento, yo no he hecho sino bailar mi vida”

Revolucionó una época, y también un estilo. Isadora aprendió los primero movimientos de las olas del mar y como ella misma diría, tomó sus primeros pasos en el seno materno. Desplegó un hacer con su cuerpo y sus movimientos, que tuvieron un impacto individual, social y cultural. La sociedad artística de aquellos años recibió el legado, en el mundo de las artes, de Isadora.

Son muchas mujeres que incurrieron en la danza e interpelaron el establishment de lo dado en el ámbito del movimiento. Entre ellas Loie Fuller, Joshepine Baker, Tortola Valencia, Martha Graham, y muchas más. En algún otro escrito me abocaré a ellas.

Isadora fue una de las pioneras que revolucionó el mundo de la danza moderna, experimentando nuevas formas de expresión corporal, rompiendo con la rigidez de la verticalidad del baile, renovando el lenguaje coreográfico gracias a una innovadora puesta en escena.

Dirá en “Mi vida”:

“…años de lucha, estudio y duro trabajo para aprender un simple gesto.”

Gestos que la inmortalizaron y que hicieron de su danza un despliegue mítico, envuelta en velos que de-velaron su pasión: bailar.

¿Por qué Isadora? Porque hace un discurso con su práctica y porque con su danza puedo disfrutar de un poema plástico de singular belleza.

Pero sin embargo, también Isadora, porque su destino es singular, como el de todo Sujeto hablante. Su posición ante la vida y los trazos del azar sobre ella, me han generado interrogantes.  Preguntas sin demasiadas respuestas sobre el destino, el azar, el acontecimiento; sobre esos hechos que irrumpen en un momento dado y que provocan una gran extrañeza, sin tener necesariamente la connotación de terrible u horroroso. Pero cuando es así, cuando alguna circunstancia cae como una viga sobre cada uno de nosotros, no dejamos de preguntarnos ¿Por qué a mí? ¿porque el azar nos puede privar, en un sentido amplio, en cualquier momento y dejarnos expuestos? El instante catastrófico del que habla Sylvine Le Poulichet

El destino, es aquel que nos sumerge en la fragilidad y en la vulnerabilidad de lo desconocido. Es lo inexplicable, que nos deja sin palabras y que debemos empezar a entretejer otra trama que nos aloje cuando algo del orden de la desgracia o la tragedia irrumpe. Es la contingencia o el acontecimiento contingente que conmociona todo el baluarte simbólico  que disponemos. El trauma se siente en el cuerpo y nos enfrenta con lo más real.

La vida de Isadora estuvo signada por una serie de hechos de esta índole. Sus incesantes oscilaciones económicas, que la llevaban a vivir en la opulencia, rodeada de grandes riquezas a de repente, sub alquilar pensiones y hoteles junto a toda su familia: madre y hermanos donde el hambre estuvo presente más de una vez. Si uno recorre su vida, es realmente impactante apreciar cómo se sobreponía en cada una de esas situaciones. Iba construyendo una solución y creaba una salida posible. El amor no le fue más llevadero. En su biografía dirá:

“Mi vida no ha conocido más que dos motivo: el Amor y el Arte. El Amor destruyó a veces el Arte, y con frecuencia el imperioso llamamiento del Arte puso trágico fin al Amor. Pero nunca llegaron ambos a un acuerdo, sino que sostuvieron constantes batallas.”

Amores tortuosos, relaciones conflictivas, acompañaron su vida e hicieron de esta una batalla continua que tenía que librar, donde el capricho y un aparente comportamiento pueril marcaba como un sesgo en su vida afectiva.

Pero aún así, Isadora iba construyendo soluciones singulares, haciendo a su medida y creando un modo de ser y de estar en el mundo. Sin embargo sobrevendría una de las mayores tragedias en su vida que fue el fallecimiento trágico de sus hijos a una temprana edad; situación que la sume en una profunda y oscura tristeza.

¿Cómo sobreponerse a esas zancadillas del azar? ¿cómo superar, si es que es posible hacerlo, las malas jugadas del destino? ¿Cómo no sucumbir ante semejante vulnerabilidad?

Nos dice Isadora:

“Entonces me dije a mí misma: es preciso que pongas inmediatamente un término a tu vida o que encuentres algún modo de vivir ahuyentando esa constante angustia que te devora día y noche”.

Esta aguerrida mujer, apasionada y prepotente en su deseo, va dejando un lugar para la invención: que el profundo dolor cese, aunque sea un poco, y pueda aparecer algo más ligado a la vida con que hacer lazo. Ese cuerpo desgarrado, recupera entonces su gran pasión: la danza. El movimiento mítico con el que vivió envuelta Isadora la recupera y le posibilita crear un tejido que circunscribe un trozo de lo real.

Isadora continúa bailando para hacer resonar el silencio de lo que no ha podido alojarse, pero que sin embargo está ahí y no cesa de repetirse.

En definitiva, Isadora decide bailar su vida.